Empiezo con un Junes, you know, Harry x Danny XD
Título: Claroscuro.
Autor: LunnVic
Género/Pairing: Romance. Junes.
Argumento: Danny no sabe cómo ha ocurrido, pero en un momento cualquiera se encuentra totalmente a la merced de Harry.
CLAROSCURO.
Harry es el típico tío que piensa que no le debe nada al Amor.
Harry es el típico tío que cuando le ofreces ayuda te fulmina con la mirada y luego sigue a lo suyo. “Muchas gracias, pero yo solito puedo”, dice cada poro de su piel.
Harry es el típico tío que te aparta de un manotazo cuando le vas a dar un beso si hay alguien más aparte de vosotros dos.
Harry es el típico tío que se casaría con la mujer que más le odiase en todo el mundo antes de reconocer que tiene una relación con otro tío.
Porque Harry no le debe nada al Amor.
Harry no va a dejar que el Amor tome las decisiones por él. Y, menos aún, va a dejar que el Amor arruine su carrera. Ni su vida.
Harry se deja querer sólo cuando está distraído, o cuando hemos hablado por tantas horas de música que ni siquiera recuerda porqué estoy en su casa. Se deja querer cuando en los 15 kilómetros que nos rodean sólo estamos nosotros. Es raro.
Diría que está demasiado apegado a la idea de sociedad normal. Diría que Harry sólo quiere que, al llegar la edad que él mismo ha elegido en secreto, escogerá a una chica, la nombrará su mujer y montará la bonita y apacible Familia Judd.
Maldito engreído.
Harry no me quiere. Eso lo sé. Lo sé porque yo le quiero, y porque me devuelve los besos que le doy. Si Harry me amase, estaría fuera de los 15 kilómetros que nos rodean, ignorándome. Pero Harry sólo tomó esa estúpida actitud de “voy a follarte las veces que me dé la gana”, y yo le dejo hacer. Le dejo hacer porque le quiero, y porque él necesita que lo quiera. También es porque me gusta estar en una relación en la que es tan fácil mantener los pies en el suelo. Harry no me deja soñar. No me deja durante un segundo soñar que me quiere. Porque Harry es cuadriculado y realista. Harry no dejaría que yo me hiciese ilusiones.
Porque Harry no le debe nada al Amor, y no quiere tener que presentarle excusas de por qué me engañó.
Harry es sincero.
Tan sincero que a veces duele.
Duele porque siempre gana él.
Y gana porque siempre le dejo hacerlo.
Harry no se va a dejar domar. Él sólo ladeará la cabeza mientras me mira. Yo pondré cara de póker, haré unas cuantas gilipolleces para mantener la normalidad, y en unas horas (o incluso en menos) estaré en su cama con mis ojos fijos en los suyos.
Azul contra azul.
Claroscuro de azules.
La primera vez que besé a Harry apestábamos tanto a alcohol que me dieron ganas de vomitar al separarme de él. Luego volví a por más y él se apartó, rodeado de ese aura que gritaba “aquí mando yo”. Y me fui, porque mi orgullo me dijo que a mí no me dictaría nadie.
La segunda vez que besé a Harry fue cinco minutos después del primer beso, y mi orgullo se lo había pensado mejor. Su gravedad me atraía como si estuviese cayendo al suelo y simplemente era algo que no quería evitar aquella noche. Harry sólo sonrió e impactó contra mí. No había otra palabra. Impactar, colisionar, chocar. Con Harry había que ser duro, implacable y salvaje. Y yo siempre había sido muy buen mentiroso.
Pasaron dos meses sin tocarnos, uno por cada beso. Yo suponía que el engranaje de su cabeza había vuelto a su cauce original y a su raciocinio natural. Harry no volvería a besarme, y yo tampoco lo consideraba una tragedia. No lo consideraba como tal pero tampoco podía quitármelo de la cabeza. Porque a mí me gustaba soñar y flotar y pensar e imaginar. Cuando hablábamos de música en su casa me gustaba dibujar en mi cabeza unos movimientos que se superponían a él, como un segundo Harry que se acercaba a mí, me tomaba el rostro con ambas manos y me daba el tercer beso. En esos momentos exactos Harry callaba, me miraba fijamente y yo volvía a la realidad. La ensoñación desaparecía.
Entonces Harry me insultaba.
Yo me disculpaba.
Y la conversación seguía en el punto donde había comenzado a dibujar.
Harry odia soñar con estupideces, prefiere volverlas real. Es el tipo de impulso que a mí me falla y que él completa. Por eso una de las veces en las que estaba dibujando en mi mente de pronto me encontré con algo extraño que podía derivar en dos opciones.
Una: que mis ensoñaciones se hubiesen perfeccionado tanto que hasta podía llegar a sentir su respiración frente a mi rostro.
O dos: que realmente él se hubiese levantado y llegado hasta mí.
Y llegó el tercer beso, con la consiguiente cadena de éstos.
Harry nunca puso normas, porque no hacían falta. Ni una palabra. Nada. De nada. Que en realidad esas cosas no pasaban. Que en realidad Harry y yo no teníamos nada. Que Harry y yo sólo habíamos llegado a ser amigos por McFly. Que si no fuera por el grupo ni siquiera nos habríamos mirado al pasear por una calle.
Que Harry no me llamaba para quedar a solas en su casa.
Que Harry y yo no nos perdíamos a propósito en una fiesta llena de gente.
Que Harry no me besaba.
Y, claro… tampoco era cierta la noche en la que nos acostamos por primera vez.
Porque fue raro. Harry es el típico tío que sale adelante con su deseo sea cual sea. Lo puedo jurar. Pero aquella noche también fue diferente. Esa noche el señor Judd estaba tocando la batería en el garaje mientras yo hojeaba uno de los libros de tres kilómetros de ancho de Tom en el viejo y raído sillón de al lado. Los rubios se habían ido por ahí de compras como unas verdaderas nenas, y los hombres nos habíamos quedado en casa a hacer el vago como machos que éramos. Nos gustaba bromear sobre ello.
Ni siquiera le presté atención cuando la baqueta restrelló por última vez contra uno de los platillos, porque de verdad que me había atontado la lectura del libro de Tom. Ni siquiera noté su respiración contra mi nuca, no hasta que sus labios la recorrieron de arriba abajo, provocando un escalofrío. Me volví hacia él, con la pregunta más que presente en las pupilas. Él me miró fijamente a los ojos, de forma seria, como nunca lo había hecho antes.
-¿Qué pasa? –dije.
Él no contestó, siguió jugando con el tiempo al sostener mi mirada.
Si nunca has mirado durante más de cuatro segundos los ojos de Harry, entonces no has visto a Harry. Porque, en serio, ¿a cuanta gente has visto con los ojos de un azul tan oscuro? Recordarás a miles de personas con los ojos de azul claro, gris, verde guerra pero… ¿azul oscuro? Pocos. Harry entre ellos, claro. Y Harry era sus ojos. Su mayor y más escondida característica. Dudaba que él mismo se diese cuenta de que todo lo hacía a través de los ojos, y no a través de las miles de expresiones que tenía para sus labios y cejas.
Creo que me enamoré de Harry Judd en ese momento.
Así que cuando el muy gilipollas decidió darme por fin el beso que había venido buscando, me pilló totalmente desprevenido y pensando aún en sus ojos.
Cuando lo pienso mis pensamientos suenan a mierda ñoña. Pensar en ojos mientras alguien te besa. Pensar en enamorarte mientras alguien te desnuda sobre un sillón hecho trizas.
En un maldito garaje, por Dios.
Es ridículo.
Harry no es el típico tío que deja que un polvo, cualquier polvo, se convierta en algo normal. Incluso si es un polvo de desahogo o porque te apetece y estás lo suficientemente vago como para buscar alguna otra cosa que hacer. Ni siquiera nos movimos del sitio.
Harry era genial. Porque Harry no le debía nada al Amor. Y era sólo sexo. Y cuando es sólo sexo las directrices son fáciles de seguir. Besa aquí, lame aquí, muerde aquí. Toca allí, acaricia allí, araña allí. ¿Lo consigues? ¿Va bien? Respira fuerte en su oído ahora. ¿Gime ya? Perfecto. Mira a los ojos por un segundo. Desvía la vista cuando sus ojos se cierren de placer.
Ahora métela.
¿Lo consigues?
¿Va bien?
¿Gime ya?
Perfecto.
Ahora muévete y repite el movimiento hasta el final. Busca el punto. Toca si quieres. Si no quieres deja que él toque. Acuérdate de que no te oiga gemir para quedar cool.
Esas eran las directrices de Harry. Como si las tuviese tatuadas en la piel. Casi como si se las hubiese escrito yo. Sabía que las seguía ciegamente.
Porque estaba enamorado de Harry Judd. Y cuando te enamoras crees desconocer a la otra persona por completo. Pero yo lo sabía porque hasta entonces no lo había estado.
Comencé a deberle noches al Amor. Y silencio. Ante todo, debía silencio. Silencio a mis mejores amigos, silencio a mi familia, silencio a todo el que nos rodeaba. Silencio a mí mismo. Y silencio a Harry.
Nunca pidas nada.
Nunca te adelantes.
Él ya lo hará por ti. Y yo me asfixiaba y, al mismo tiempo, era una de esas libertades ansiadas. Ni siquiera me hacía daño. Tenía lo que quería, a quien quería. No exactamente como quería, pero era lo suficiente racional como para saber el límite.
Harry no me quiere, sigue sin hacerlo, aún después de dos años. Formamos parte del grupo de amigos más cercanos de la actualidad y me quiere como un amigo. Si acaso, me quiere como al amigo que se lleva a la cama de vez en cuando.
No me importa.
No me importa en absoluto.
Siempre he sido muy buen mentiroso. Incluso puedo llegar a mentirme a mí mismo.
No me importa que Harry no me quiera.
No me importa que me utilice como polvo de emergencia.
No me importa que su atención se centre en otros.
No me importa no ser su prioridad.
No me importa quererle.
No me importa mentirme, cada día, cada hora.
Pero me importa.
Harry diría que soy el típico tío estúpido y cabeza hueca que no piensa en sus acciones. Harry diría que soy el típico tío que pasa de las cosas porque nada me puede llegar a afectar. Lo sé porque me lo acaba de decir.
Me lo acaba de decir porque yo acabo de decirle que creo que es el típico tío que piensa que no le debe nada al Amor. Luego me ha insultado y yo me he disculpado. Luego me ha dicho que porqué trato al Amor como si fuese una persona.
Yo estoy boca abajo en su cama, y en un movimiento inconsciente me he tapado con el nórdico. Pronto comenzaré a vestirme, nunca me ha gustado del todo estar desnudo. Él está junto a mí, mirándome desde arriba. Hundo mi cara en la almohada. No me gusta mirarle cuando está desnudo. Parece hacerme un favor y se tapa con el trozo de nórdico que he dejado libre.
Maldito engreído.
-¿Por qué me saltas con eso ahora? –pregunta.
Me encojo de hombros. Ojalá pudiese ver cada uno de los átomos que componen la almohada, como en esa película, Ghost, que el tío muerto atraviesa la puerta y puede ver el interior de la madera. Sería genial. Harry me empuja el hombro y me digno a mirarle.
Me importa demasiado. Por eso, aunque había empezado con esa estupidez con la intención de decirle que me había enamorado de él, no encontraba el punto de continuidad. Porque no sabía si merecía la pena la sinceridad.
Me gustaba acostarme con Harry.
Me gustaba que Harry me besase y que me tocase.
Me gustaba quedarme dormido después en su cama.
Me gustaba que me despertase al día siguiente y que nos comportásemos como un par de amigos que acababan de ver una película.
No merecía la pena.
Le sonreí.
-No es nada.
Siempre he sido muy buen mentiroso.
Harry elige ese momento para besarme. Para besarme y para revolverme el pelo con su mano. Yo me acerco a él, y hundo el rostro en su cuello. No cambiaría eso ni por todas las verdades del mundo.
-Pasa algo, ¿verdad?
Asiento. A veces no hace falta mentir.
Se aleja unos centímetros, yo me quedo apoyado en su brazo y él agacha el rostro hacia mí hasta hacer contacto visual conmigo.
Azul contra azul.
Claroscuro de azules.
Le sonrío tenuemente.
-No me lo vas a decir, ¿no?
-No –contesto.
-¿Después?
Y con “después” sabía que se refería a “algún día”. Reí con el borde de mis labios aún sobre su piel.
-No creo.
Harry se encoge de hombros. Luego se deja caer de nuevo sobre el colchón y me deja pegarme del todo contra él.
Silencio. Enreda sus dedos en mi pelo mientras le oigo respirar. Por un segundo eterno me apetece decirle que le quiero. Pero no lo hago.
-¿Qué te ha parecido el concierto de hoy?
Y el momento ha acabado. Y aunque estemos desnudos y abrazados, vuelvo a ser su amigo.
Porque Harry es el típico tío que piensa que no le debe nada al Amor.
Harry es el típico tío que piensa que nadie puede enamorarse de él.
Harry es el típico tío del que te enamoras.
Harry es el típico tío al que nunca le voy a contar mis mentiras.
Maldito engreído.
[…]
Danny es el típico tío que cree que nadie descubre sus mentiras.
Danny es el típico tío que cree que no le quiero.
Danny es el típico tío que cree que no sé nada.
Danny es el típico tío al que nunca le voy a decir que lo sé todo.
Maldito niñato.
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