jueves, 10 de noviembre de 2011

Memory Lane.

Título: Memory Lane.
Autor: Yo xD
Género/Pairing: Romance. Angst. Danny/Chica Random.
Argumento: Creo que ya ha llegado la hora de volver. Dos años es mucho tiempo.











MEMORY LANE.




Memory Lane. Son dos simples palabras que se refieren a los recuerdos de tu vida anterior. También es cualquier situación que te haga fundirte en la nostalgia. Como sea, todo gira alrededor del pasado.
Él es pasado. Pasado borroso, pasado de nubes.
Pero… Memory Lane.
A él nunca le podrá ver nadie. Nadie verá dentro de él como yo. Y, si nadie le ve, nadie podrá tenerle. Es lluvia.
Ese es el único recuerdo que conservo.
Luego vino El Golpe.



El Sol brillaba con fuerza como hacía meses que no le veía hacerlo. Los rayos se clavaban en cada centímetro de cemento gris, aún húmedo por la lluvia del día anterior. El aire olía a humedad, pero el Sol se mantenía en su lugar, como un guía del que todo el mundo dudase.
Acababa de salir de la estación, y llevaba una mochila raída al hombro, con las correas medio deshechas por el tirar de los años y el broche del bolsillo principal roto. Una fuente con una extraña estructura de metal presidía la plaza a la que daba la estación, y yo la observé mientras cruzaba la plaza y empezaba a callejear por las avenidas del pueblo, cubiertas de aquel sol mañanero.
Tenía la dirección escrita en un papel arrugado y amarillo, carcomido por los bordes y medio podrido de tanto doblarlo y desdoblarlo. No sabía cuántas veces lo había releído, o por cuánto tiempo había estado metido en mi cartera, antes de que reuniese el suficiente valor para volver.
Recordaba que solíamos coger el tres de las siete y media para ir a la costa, y el de las cinco y media para volver. Siempre cogíamos la mitad de las horas. Era como un ritual, algo mágico. Por eso había cogido el autobús que me dejaba allí a en punto. Nunca olvidaré que tardaba exactamente media hora andando hacia nuestras casas contiguas, pisos de verano encajados en una urbanización de edificaciones completamente clónicas.
Había probado a llamar primero a su móvil, pero nadie había contestado. Pensé que era normal, que dos años al fin y al cabo era mucho tiempo. También me sentí traicionado. Y solo. Pero eso no se lo dije a nadie. “Bueno, ya era hora de que alguna chica pasase de ti” fue el único comentario que recibí. Las promesas eran promesas, y ellas las valoraba aun por encima de sí misma.
O eso había sido así hacía dos años.
Ella había cubierto mis ojos con sus manos, un paso anterior a la puerta del vagón del tren que me llevaba a la capital, con la funda de la guitarra entre mi espalda y su torso.
-No vuelvas hasta que oiga tu nombre en la radio.
Eso había dicho, susurrado en mi oído. No vuelvas hasta que suene tu nombre en la radio. En realidad había tardado mucho más en volver. Quizá por miedo. Quizá porque estaba demasiado ocupado. Pero era agosto, el calor fluía, el aire era bueno, el pueblo estaba casi desierto y en dos días comenzaríamos a grabar las canciones que ya llevábamos de nuestro segundo disco. Debería haber vuelto mucho más antes.
Recuerdo que me tomé esa frase como un juego. Sabía que no me iban a coger, así que le dije que estaría allí en un abrir y cerrar de ojos.
Ella me dijo que nunca volvería.
Yo me reí, y le dije que no mintiese.
El último pitido, y las puertas del vagón se abrieron justo ante mí. Un paso, y sus manos me permitieron ver de nuevo. Me di la vuelta y la miré, ceja alzada con escepticismo y sonrisa irónica. Yo le sonreí también. Mentirosos natos.
Luego le di un beso. El primero y el último, y me metí en el vagón.
Cuando miré a través de la ventana, ella ya no estaba.
Esa misma tarde conocí a Tom.
Miré el reloj. Y veintisiete. Mis pies se habían detenido al comienzo de la calle, y desde allí podía ver la esquina de su jardín. Releí la dirección y luego la placa azul en la primera casa de la urbanización. Sí. No había posibilidad de equivocación.
Eché a andar, aparentando una tranquilidad que no sentía y canturreando por lo bajo para modelar la voz y los nervios. Mis hombros se movían solos a un ritmo que yo no conocía para mentirme a mí mismo.
La casa seguía como siempre. Clavé los ojos, casi asustado, en el cristal que se suponía que pertenecía a su habitación, y vi cosas pegadas en él, como rectángulos de papel de colores o formas transparentes también de colores, como gelatinosas. Suspiré. Tenía el timbre a dos centímetros, la mano apoyada en la verja que rodeaba el jardín. Y no era capaz de hacerlo.
-¿Perdona?
La voz que se incrustó en mi columna y me hizo girarme bajo su dictado, rígido, casi asustado.
Y allí estaba.
-¿Buscas a alguien?
No podía decir que seguía exactamente igual. Yo tampoco era igual. A lo mejor no me reconocería, aunque sus ojos de gato estaban fijos en mí. Me quedé un momento más quieto, dejando que sus pupilas resbalasen por mis rasgos, que me reconociese, que supiese quién era. Que mezclase mi imagen con el nombre en la radio. Y yo me habitué de nuevo a cada facción redonda y suave de su rostro, la ceja alzada de nuevo, la coleta hecha de cualquier manera y los mechones pelirrojos sueltos sobre sus ojos. Llevaba una blusa de verano de manga corta, y una falda hasta las rodillas de ligeras tablas floreadas. Delicada. Bonita.
-¿Y bien? –volvió a decir, dudosa.
Pestañeé. Venga, no había cambiado tanto. Reí, incrédulo.
-¿Canda? –pregunté, temiendo que mi memoria me hubiese fallado y que no fuese ella, aunque sus ojos no me mentían nunca.
Ella ladeó la cabeza.
-Candace, sí… ¿quién eres?
Hielo. Estatua de hielo, y una gota por mi columna vertebral como peligro de derretimiento. ¿Qué quién era? Bueno. Vale. A lo mejor dos años eran demasiado. A lo mejor otros dos anteriores de amistad tampoco eran demasiado.
Probé con ir poco a poco.
-Esto… soy Danny.
Ella rió de una manera extraña, cerrando los ojos y volviéndome a mirar intensamente otra vez.
-Bueno, en realidad sé que eres Danny.
Sentí alivio durante sólo un segundo. Lo que tardé en comprender que ese Danny no era su forma de pronunciar mi nombre. No estaba ese tono de confianza. Nada del verano en las cinco letras. Sólo frío. Con la misma candencia con la que lo entonaban todas las personas que no me conocían. Danny. Danny Jones. Fans, entrevistadores, fotógrafos, profesores de canto y guitarra. Danny Jones. No sólo “Danny”.
-Pero, ¿qué haces aquí?
Lo único que pude hacer fue tenderle el trozo de papel con su dirección, escrito con su propia letra. Ella lo miró un momento, perdida.
-¿Dónde has encontrado esto?
Avancé un par de pasos hacia ella, mientras Canda observaba el papel por todos los lados.
-Me lo diste tú –le dije-. Yo sabía que se me olvidaría, y tú me lo apuntaste.
Canda me miró directamente a los ojos, con una sonrisita torcida y amable. Me devolvió el papel, y yo volví a doblarle por quién sabe qué vez.
-Creo que te has equivocado. Lo siento. Además, yo no escribo mi nombre con K.
-Antes lo hacías…
-¿Antes cuándo?
Aquello me estaba doliendo. Doliendo de verdad. Como grillos raspando sus notas en el interior de cada vena de mi cuerpo. Lombrices removiéndose para escapar de la incomodidad. Y un hormigueo en las mejillas, podía sentir la sangre huyendo de mi rostro, quedándome pálido del simple miedo.
-Pues… hace dos años… –no sabía cómo seguir-. Éramos amigos, y… no sé, íbamos a la playa y yo llevaba mi guitarra y tú me oías… ¿qué más? Bueno, yo era bastante más feo por aquella época. Tampoco es que haya mejorado mucho, pero…
Entonces, ella alzó la mano para cortarme. Su expresión se había transformado, y ya no quedaba cortesía en ella. Tampoco enfado o hastío. Era dolor. Dolor. ¿Por qué dolor?
-¿Te conocía antes del 23 de Junio del 2003?
Pestañeé, confuso.
-Claro… y desde mucho antes.
Canda cerró los ojos lentamente, como quien está a punto de quedarse dormido. Tomó aire largamente mientras se cruzaba de brazos, algo tensa. Creí ver algo de humedad entre sus pestañas. Y el brillo de sus ojos al abrirse y mirarme, los labios fruncidos. Y yo estaba completamente perdido.
-Así que tú eres parte de mi vida anterior…
Silencio. Continuamos quietos.
-¿Cómo?
Canda desvió la vista e intentó rodearme, pero la paré, aferrando su muñeca con mi mano. Unos segundos mirando ese contacto entre nosotros, el primero en todo aquel tiempo. Me estremecí.
-¿Qué pasa? –pregunté-. ¿Qué ha pasado?
Ella se giró hacia mí. Estaba pálida y respiraba agitadamente, estresada. Comenzaba a pegarme su nerviosismo y casi temblaba.
-¿Qué es Memory Lane?
La miré a los ojos. A los ojos castaños. Memory Lane. Que qué era Memory Lane. Pues Memory Lane era Memory Lane. ¿Por qué no se acordaba? ¿Por qué no me quería recordar a mí?
-Memory Lane –repetí, y Canda asintió, aferrando ahora mi mano con fuerza-. Memory Lane es el muelle, claro.
Y entonces ella rompió a llorar.
Era algo surrealista. El Sol estaba rompiendo contra nosotros, y teníamos las manos entrelazadas fuertemente. Ella lloraba en silencio y yo la miraba, perdido. Quería hacer algo. Quería abrazarle. Quería tomar su otra mano, quería besarle la sien. Pero no podía hacer nada más que quedarme mirando, como una estatua.
-Eres la lluvia, ¿no?
Sonreí trémulamente.
-Bueno, eso decías tú. ¿Ya te acuerdas de mí?
-No.
Latido desacompasado. Mi sonrisa desapareció de pronto.
-Oh.
-No es… no te he olvidado a propósito.
Me incliné un poco hacia ella hasta que sus ojos hicieron contacto con los míos. Vi cómo se limpiaba las lágrimas, como si sintiese vergüenza por ellas. No entendía nada.
-Cuéntame más –me pidió-. Del muelle.
Había tanto vacío y ansiedad en su voz que obedecí al instante, sin pensarlo.
-Lo llamábamos Memory Lane. Íbamos allí sólo los domingos a las cinco, cuando atardecía. A veces llevábamos a Johan o a Lindsay con nosotros, pero no lo entendían. Allí sólo hablábamos del futuro y del pasado. Sólo de lo que queríamos hacer y de lo que habíamos hecho.
-Y de otras vidas.
Volví a sonreír, apretando su mano.
-Y de otras vidas. Memory Lane es como se le llama a los recuerdos de una vida anterior. Por eso lo llamábamos así. ¿Te acuerdas?
-No –volvió a decir.
Bufé:
-A ver, no te puedes no acordar. Tampoco ha pasado tanto tiempo y me estás diciendo cosas de entonces. No me mientras, Canda.
Ella torció el gesto.
-No me acuerdo porque mi cerebro no es capaz de recuperar absolutamente nada antes del 23 de Junio.
Soltó mi mano bruscamente.
-¿Cómo? –mi voz un hilo.
Ella se llevó la mano a algún lugar bajo un par de mechones cobrizos. Pestañeé.
-En realidad fue culpa mía –dijo-. No miré antes de cruzar.
-No.
Alzó la vista hacia mí.
-Tuve que volver a aprenderlo todo. Cómo hablar, cómo relacionarme. Quién era. No ha vuelto nada de antes de eso. Es otra vida. No existe.
-No.
Pupilas encontradas. Recuerdos que sólo permanecían desde un punto de vista, flotando en un lago de pensamientos difusos, agua de estanque que jamás caería sobre ella. Nunca volvería a llover.
-Lo siento.
Silencio.
-Entonces… ¿cómo sabes eso, Canda? Lo de antes…
Canda se encogió de hombros.
-Bueno, encontré una carta en la que se despedía de alguien y hablaba de eso, de Memory Lane y de la lluvia. Supongo que ella quería habértela dado.
-¿Ella?
Canda me miró directamente a los ojos.
-Ella ya no soy yo. Estoy intentando reunir todos los pedazos de su vida para que al menos sea recordada.
Asentí, aún sin comprenderlo del todo. O quizá era que, simplemente, no lo aceptaba. Se soltó de mi mano y de pronto me sentí vacío. Me faltaba una parte muy importante. A ella le faltaba todo. Ella ni siquiera existía ya. Estuve mirándola fijamente un rato, y ella a mí, al fondo de mis ojos, intentando recuperar las imágenes de meses pasados envueltos en arena y sal. Pero estaba bien así. Por lo menos Candace no había sentido la distancia, ni el tiempo.
Entonces, había sido verdad que no había nadie esperándome, al fin y al cabo.
-¿Puedes esperar un momento aquí? –me pidió.
Y sin decir nada más, abrió la verja, cruzó el sendero de piedras blancas de jardín y entró en la casa de ladrillos oscuros. Yo esperé, obediente, sin pensar en nada. Tan rápido como que no estaba y de pronto estaba allí otra vez.
-¿Danny? –probó, y yo desperté para ella.
-Dime.
Me tendió un trozo de papel cuarteado de color azulado. Estaba doblado en piezas pequeñas, y en la cara principal había líneas diagonales e intermitentes dibujadas. La miré.
-Bueno, no sé dibujar muy bien. Se supone que eso era lluvia. Pero no sé qué es la raya horizontal de abajo.
-Arena –contesté inmediatamente.
-¿Por qué?
No contesté. Canda comprendió.
-Supongo que a la otra Canda se le olvidó dártela.
Cerré la mano alrededor del papel, y asentí. Retrocedí un paso para comenzar a alejarme, y luego volví a quedarme quieto. Se supone que era yo quien debía ser fuerte. Ella me sonrió tenuemente. Podía ver aún las esferas de lágrimas pasadas en sus pestañas.
-¿Qué tal si te doy mi e-mail y te mantengo informado de lo que voy recordando?
-¿Podrías hacer eso?
-Claro.
Me quedé en silencio. Apreté la mano en la carta de la arena.
-No –le sonreí.
Ella pestañeó y frunció el ceño.
-Esa Canda ya vivió su vida. Y la vivió bien. Ahora concéntrate tú en vivir la tuya, no dependas de lo que quieras recordar.
Me sonrió. Yo le devolví la sonrisa también. Retrocedí otro paso.
-Bueno, entonces no tengo nada más que hacer aquí. Me voy. Encantado de verte otra vez… O, no. Encantado de conocerte, Canda.
Silencio, le di la espalda y eché a andar por la calle de la urbanización. Oí unos pasos, y ella estaba a mi lado.
-¿Puedo acompañarte a la estación?
-Claro.
Anduvimos juntos, sin hablar. Luego comentamos el tiempo. Luego comentamos sus estudios. Mi arena siempre había querido hacer algo relacionado con las mentes, psicología, psiquiatría. Esta Canda quería trabajar en una editorial, tener una librería, escribir. Al fin y al cabo, mentes también. Hablamos de mi grupo. De mis nuevos amigos. De mi voz. Le hablé mucho de Tom.
Y, de pronto, ya estábamos allí. Me dolían los ojos de pestañear para salvar las lágrimas, y el Sol golpeaba de frente, justo como aquel día. Miré la hora. Y veintisiete de nuevo. Justo como aquel día. Exacto. Me volví para mirarla, sus ojos fijos en el Sol.
-¿Crees que podríamos ser amigos? ¿Otra vez? –preguntó ella.
-Quién sabe. ¿Quieres que lo seamos?
No me miró.
-Claro. ¿Por qué no?
El pitido anunció la llegada del tren, y yo avancé un paso mientras éste nos pasaba por delante y levantaba una ráfaga de aire sucio ante nosotros.
Entonces, su calidez contra mi espalda y sus manos en mis ojos. La luz cegada. El déjà vu. Y su voz cosquilleando en mi oído.
-Cuida mis recuerdos.
Me volví hacia ella, apartando sus manos con las mías.
-¿Te acuerdas?
-¿De qué?
Al menos lo había intentado.
-Estaré de vuelta en un abrir y cerrar de ojos –le dije.
Me miró, con un bufido de escepticismo.
-No vas a volver.
Palabras exactas. El corazón que se dejaba caer entre las costillas, deshaciéndose capa a capa. Me reí, porque eso era lo que recordaba que había hecho.
-No mientas.
Las puertas del vagón se abrieron, la gente entraba a empellones a coger el tren de y media, y yo la miré por última vez. Sonreímos.
Entonces le di un beso.
Y luego entré en el vagón, las puertas casi apresando mi espalda al cerrarse. Me quedé un momento quieto y luego me giré para buscarla con la mirada. Como la vez anterior, ella ya no estaba. Comenzó el recorrido, veía pasar el pueblo a gran velocidad a través de los cristales, y luego el Sol colándose entre unos árboles de las afueras. Luego llano. Y vías. Y cables. Y cielo ajado aquí y allá por alguna nube.
Me di cuenta en ese momento que aún apretaba fuertemente el trozo de papel en mi mano derecha. Lo miré durante un largo rato, y luego lo abrí con cuidado. Eso era lo único que quedaba. Lo único que se correspondía con mi cerebro.
Leí cada línea con cuidado. La leí varias veces.
Sonreí.
Guardé la carta en el bolsillo trasero de mi pantalón. Miré el reloj, y aún quedaba mucho, muchísimo, de viaje. Suspiré. Saqué el mp3 de la mochila, un cuaderno lleno de letras de canciones a medio componer y un bolígrafo.
Me puse los cascos. Música, maestro.
Y comencé a escribir.












Memory Lane.
We're here again, back to the days
and I'll remember you always.
So much has changed.
Now it feels like yesterday I went away.





















~~~ ~~~ ~~~



PD: ¿A esto se le considera song fic o no? XDU

Kissophobic.

Título: Kissophobic.
Autor: LunnVic (D8)
Género/Pairing: Romance/Drama(?)/Whatever . Flones [Fletcher/Jones]. Ah, por cierto. Hay algo de violencia y tal... por si acaso aviso... ehm... +13 o +15, supongo XD
Argumento: Algo diferente está pasando desde hace algún tiempo, y Danny no sabe cómo controlarlo, porque tampoco quiere hacerlo. Pero cuando eso se empieza a descontrolar, comienza a hacer daño. Literalmente.














KISSOPHOBIC.






Sonreí a Harry mientras él se despedía con un simple gesto de la mano.
Luego seguí sonriendo a Dougie, quien tenía agarrada en su mano derecha la esquina de la camiseta de Harry. Se fueron juntos.
Yo me quedé sentado con la guitarra entre mis manos. Bajé la vista cuando el portazo resonó en la habitación, y encontré mis ojos en el reflejo de la madera lacada del instrumento, tres tonos más oscuros que en la realidad.
Pellizqué una de las cuerdas.
El correr del agua seguía sonando en la habitación de al lado.
Otra cuerda.
El chirrido de una llave de ducha girándose.
Otra cuerda.
El agua saliendo más fuerte.
Suspiré. Habíamos tenido un buen concierto aquella noche, aunque mi garganta me estaba matando y la sequedad se me agarraba a la faringe como una garrapata. Intenté aclarar la voz, pero el aire raspó y me dolió aún más. Sería mejor no hablar mucho aquella noche. Tomé un trago de la cerveza que tenía delante de mí, dejando que las burbujas doradas y frías calmasen mi garganta.
Pulsé una cuerda. Notas. Quizá eso podría ser una melodía nueva para el próximo álbum. Me gustaba. Se la enseñaría a Tom.
Y hablando de Tom…
Allí estaba.
Alcé la cabeza en silencio para saludarle, mientras él acababa de ponerse una de sus típicas camisetas frikis. Me fijé. Ah, por supuesto. Darth Vader con gafas de sol rayadas. Amaba esa camiseta. Él, no yo. A mí me daba igual qué estupideces se comprase el chico.
-¿Qué haces?
Sonreí:
-Nada.
Y paré mis manos, recostadas sobre las cuerdas pero sin hacerlas vibrar ni un milímetro.
-¿Ya se han ido? Qué rápido, ¿no?
Asentí. No era que no quisiera contestarle, pero de verdad que no podía hacerlo. Le oí acercarse y apoyó sus brazos sobre el cabecero del sillón en el que estaba sentado. Me recosté y alcé la vista para mirarlo. Él estaba serio.
-¿Puedes repetir eso? Lo estaba escuchando desde dentro y me gusta.
Torcí el gesto. Me había distraído, y ahora dudaba de si podía recordar las notas. De poco en poco volví a probar las cuerdas y reencontrando la melodía. Cerré los ojos, sintiendo cómo Tom movía la cabeza siguiéndola también. Parecía que le gustaba de verdad. Lo sabía porque a mí me gustaba. Y lo sabía porque, en fin, lo sabía.
Cuando llevaba repetido varias veces el mismo ritmo, le oí suspirar. Demasiado educado para decirme que parara ya. Obedecí a la orden no dada, y me giré para mirarlo.
-¿Y bien? –susurré.
Giró la cabeza.
-¿De qué quieres que trate? –preguntó entonces.
Yo me encogí de hombros, y tomé de nuevo la cerveza. Seguimos en silencio unos cuantos minutos más.
-Me gusta –repitió.
Alcé la vista y sonreí tenuemente.
Entonces él se acercó a mí y me besó. Un beso corto, superficial. Roce. Se separó naturalmente y volvió al baño a por cualquier cosa. Yo me quedé de nuevo mirando el reflejo de mí mismo en la guitarra.
Hacía poco tiempo que aquello pasaba. Muy poco tiempo. Semanas. Quizá un mes. Yo sólo me movía de aquí para allá, hacía mi vida. Tom hacía la suya, juntos en el grupo. Y cuando me daba cuenta de que eran demasiadas cosas las que tenía que decir, o demasiadas pocas, simplemente él inclinaba la cabeza y me besaba. Yo nunca decía nada después. Él tampoco.
Era extraño. No me molestaba. Ni siquiera le había preguntado por ello. Tampoco lo hacíamos fuera del estudio o habitación de turno. Y me incluyo porque yo también le besaba. Al menos los tres últimos besos antes de aquel se los había dado yo. Eran bonitos, los besos. Aún no sabía si significaban lo mismo que un abrazo para Tom. O si significaban exactamente lo que todo el mundo pensaba. Besos, solución instantánea si sumamos dos personas y Amor.
Yo no sabía si sentía Amor por Tom. Pero había besos, y éramos dos. Yo sólo sabía que a veces le miraba, esperando que se acercase y lo hiciese de nuevo, pero no lo hacía. Y yo intentaba llamarle la atención con mis estupideces. Que se acerque. Que se acerque y me dé otro. Pero Tom sólo se reía conmigo y de mí. Así que nunca sabía por dónde saldría.
Dejé la guitarra a un lado y me levanté. No sabía muy bien hacia dónde me dirigía, pero acabé apoyado en el marco de la puerta del baño, observando cómo Tom se lavaba los dientes. Escupió. Se enjuagó con agua. Luego me miró a través del espejo.
-¿Qué pasa, Danny?
Quizá era una equivocación. A lo mejor no debería dar otro tan seguido del último. Pensé de más, no fui rápido y no le contesté. Tom alzó una ceja.
-Oye, en serio, ¿te pasa algo? Estás raro.
Una de las cosas que odiaba de Tom era que, cuando estaba pensando, siempre acaba diciendo “estás raro”. Como si realmente creyese que yo no pensaba, o algo así.
Evidentemente, no le contesté. Sólo avancé un paso. Dudé hasta que el espíritu verdadero de Danny Jones se apoderó de mis pies y completó el recorrido. Tom siguió mirándome con ese gesto de extrañamiento extremo.
Hazlo, Danny, decía el color castaño de sus ojos.
Tom era más alto que yo. Nunca había tenido que estirarme para besar a alguien. Y en los otros besos que le había dado él había estado sentado. No me sentía cómodo con esa nueva experiencia. Pero tenía que hacerlo. Tenía que hacerlo porque él me había besado y quería devolvérselo. También porque era alto, el más alto del grupo, el único con los ojos castaños de los cuatro, el que perfeccionaba todo, el que se preocupaba por nosotros y el que cantaba agudo. Bueno. Esas eran razones secundarias. Pero me bastaban.
Así que déjate de dar vueltas y bésale.
Y lo hice. Otra vez vuelta a la rutina. No te pases. Con delicadeza. No es una chica, no es una groupie cualquiera. No quiere que lo hagas fuerte e intenso para luego poder contárselo a sus amigas. Es Tom. Y Tom es dulce, inocente y bueno.
Me separé con una sonrisa, dispuesto a irme por donde había venido, orgulloso de mí mismo. No llegué a girar del todo, porque él me agarró de la muñeca y me paró.
-Oye…
La frase quedó inacabada entre sus labios. Ni siquiera supe porqué le volví a besar. Ni siquiera supe cuándo comenzó a devolverme el beso. Giré la muñeca hasta deshacerme de su agarre y entrelacé mis dedos con los suyos.
Se separó de mí bruscamente, y al partir la conexión entre nuestros labios sonó un fuerte chasquido.
Me miraba con los ojos muy abiertos, alarmado, y retrocedió unos milímetros. Sentí cómo su mano quería liberarse de la mía. Abrí los dedos para dejarle ir, pero al final no lo hizo. Silencio entre baldosas añiles de baño caro.
Sin decir nada aún, salimos del baño de la mano, como si lo hubiésemos acordado. Aquello empezaba a ser raro. Siguió siendo raro cuando volví a ser atraído hacia sus labios como si de un imán se tratase, sintiendo que a él le pasaba lo mismo y que no podía dejar de hacerlo. Ni siquiera un segundo. Para hablar. Para asentar los hechos. Ni siquiera sabía a quién le tocaba comenzar el beso a la próxima vez.
No sé cuando empecé a rebasar la frontera. A echarle los brazos al cuello y atraerle contra mí, profundizando los contactos y pegándome contra su cuerpo. Hicimos tope contra el respaldo del sillón, y sonó sordo al deslizarse unos cuantos centímetros por nuestro empuje.
No sé cuando mis manos rozaron el borde de la tela de su camiseta y se internaron bajo ella, ni cuando mis yemas tocaban cada vértebra de su columna, subiendo hasta sus homoplatos. Tampoco cuando sus labios quedaron olvidados y llegué hasta su cuello.
Ropa cayendo. Y era como el tic tac de un reloj durante tres cortos segundos. Ploff. Chaqueta. Crack. Cinturón. Ploff. Camiseta de Darth Vader.
Estrella. Estrella. Estrella. Lengua en el cielo estrellado, recorriendo la tinta escondida tras su piel. Sus manos enredadas en mi pelo. ¿Cuándo mi respiración había comenzado a agitarse?
Me alejé un momento. Y su pecho subía y bajaba rápidamente ante mis ojos. Y alcé la vista para mirarlo, sus ojos estaban entornados y perdidos en algún lugar del parqué. Me gustaba mirarle cuando él no me devolvía la vista. Clavó sus uñas en mi camiseta, y tiró de mí hasta alejarme. Le solté. Nos quedamos un momento quietos, él con ambas manos tras de sí, aferrado al respaldo del sofá, y yo frente a él, a no más de diez centímetros de distancia. No nos miramos.
Entonces él se giró, y con su propio cuerpo me hizo retroceder para poder andar. Le observé mientras recogía su camiseta del suelo lentamente y rodeaba el sillón para sentarse en él de forma resuelta. Respiré hondo. Él cogió mi cerveza y dio tres largos tragos. No sabía qué hacer. Él tampoco.
Hizo un intento de ponerse de nuevo la camiseta, pero pareció pensárselo mejor y volvió a beber. Mi cerveza casi entera de pronto estaba vacía. Yo continuaba de pie tras el sillón, viendo sólo su pelo y el comienzo de sus hombros.
Me sentí incómodo. Se volvió.
-¿Cuántas quedan? –preguntó, y agitó la lata en su mano.
-V-voy a ver…
Crucé la habitación en dos pasos y me arrodillé delante del minibar. Me vi en el reflejo de metal de la puerta. Yo al menos seguía vestido del todo. Sacudí la cabeza y abrí la nevera. Cervezas, refrescos y alcohol. Y e incluso cosas que ni siquiera sabía qué eran, pero eran líquido. Y, oh, también tabletas de chocolate. Todo lo que un hotel de cinco estrellas puede darte. Incluso tabletas de chocolate caro con trozos de avellana. Genial. Perfecto.
-Ehm… –comencé-. Bueno, hay de todo.
-Bien.
-Hay chocolate –comenté-. ¿Quieres chocolate?
Le oí suspirar. Le oí juguetear con la hebilla desabrochada de su cinturón. El tintineo me puso nervioso al instante.
-¿Crees que quiero chocolate?
-Supongo que no.
-No, claro.
Me mordí el labio.
-Hay cerveza. Y alcohol. Hay Coca-Cola, y naranja y limón… también hay fresa, pero no me fío… y también hay algo de un color azul que…
-Tráelo todo.
-¿Cómo?
Otra vez el tintineo. Escalofrío, y de pronto otra vez esa sensación de imán. Tirándome hacia él. Me agarré fuertemente a la puerta del minibar.
No me estaba mirando. No me estaba haciendo ni caso, el interior oscuro y misterioso de mi –su- lata de cerveza vacía parecía ser mucho más interesante.
-¿Vas a traerlo?
Torcí el gesto:
-No creo que debas…
-Danny…
Si me lo hubiera ordenado, no lo hubiera hecho. Pero eso era mi nombre. Dicho simplemente, el sonido dejado a medias. Le llevé una cerveza, para comenzar. Durante el siguiente minuto o dos estuve desplazando vasos y bebidas hasta la mesilla junto al sillón. Sentía su mirada fija en mí mientras me movía por la habitación. Acabé con las manos heladas y un cubata entre ellas que no sabía cómo había llegado ahí. Pestañeé.
-No creo que debas beber –intenté de nuevo.
-Danny –usó el recurso otra vez.
-¿Qué?
Cerró los ojos. Hice todo lo posible para acomodarme en la tensión que nos separaba y no dejarme llevar por el recuerdo reciente. Era él quien se había separado de mí. Ahora le tocaba a él. Aunque hubiese perdido la cuenta. Aquello se había convertido en otro día normal y corriente. No tenía por qué cambiar nada.
-No quiero que te emborraches. Lo pasas mal –apunté.
-Tengo que hacerlo.
Torcí el gesto.
Él se miro la mano derecha, donde aún agarraba su camiseta. De un movimiento totalmente casual y natural alargó el brazo más allá del apoyabrazos del sillón y la dejó caer al suelo.
-¿Por qué?
-Para poder hacerlo.
Sin saber porqué, reí.
-¿Hacer el qué?
Alzó la vista hacia mí, atravesándome con sus ojos oscuros, mucho más oscuros en ese momento. Era una mirada intensa y grave. Era una respuesta.
Comprendí.
Él entreabrió los labios, y yo me levanté para volver a por ellos.



Las persianas estaban a medio cerrar, y los rayos del Sol se colaban por debajo de la última rendija y coloreaban la habitación de puntos dorados, que contrastaban vivamente con el gris de la habitación.
Me incorporé, y sentí la tela de las sábanas resbalar por mi pecho y enredarse en mi cintura. Fruncí el ceño. Un dolor sordo y grave pululaba por mi cerebelo, y pensé si sería de la resaca. Luego recordé que no había bebido apenas, así que no podía ser por eso. Me llevé la mano hasta allí, y noté un bulto. Lo apreté. Gemí.
Bajé la vista. Y allí estaba él.
Dormía de lado, con la cara casi fuera de la almohada. Tardé un poco en preguntarme por qué estaba en mi cama, o yo en la suya. Tardé un poco más en preguntarme por qué yo estaba completamente desnudo bajo las sábanas, o por qué él también parecía estarlo.
En realidad, no me lo estaba preguntando. Ya lo sabía. Sólo que no quería recordarlo. Por lo menos, no todo. Me destapé y me arrastré hasta el borde del colchón. Pies en el suelo, en todos los sentidos. Me levanté y avancé por la habitación.
Me quedé en el centro, mirando a mí alrededor.
Esperaba que nos marchásemos antes de que llegasen las mujeres de la limpieza. Realmente no me gustaría que viesen todo aquel desastre. Mis ojos se clavaron en el sillón volcado en el suelo. En la alfombra empapada a alcohol. En la papelera contra una esquina y todo su interior repartido por el suelo.
Se suponía que iba a ser una buena noche. Bueno, lo había sido. Buena y mala. Intenté centrarme más en la habitación que en mí mismo. Ignorar la desagradable sensación, los pinchazos, el dolor agudo al andar, las descargas de incomodidad que viajaban por mi piel cada vez que me movía. Di un par de pasos hasta el baño.
Mierda.
El suelo era como un campo de minas, y yo acababa de pisar una. Todos los insultos habidos y por haber se escaparon de entre mis dientes mientras levantaba el pie para sacar el trozo de cristal que me había clavado. Hondamente. Reí sarcásticamente cuando vi el trozo de etiqueta aún pegado en el cristal.
Porque esa botella fue la primera de las que Tom tiró contra mí.
Me metí al baño y cerré la puerta tras de mí. Probé a mirarme al espejo, y gemí. Iba a ser difícil inventarse una excusa para eso. Para el corte en los labios no mucho, tampoco para el de la nariz. Podría decir perfectamente que había estado haciendo la broma de fingir que me chocaba contra la puerta y al final tener un desliz y hacerlo de verdad.
El resto de moratones no estaba muy seguro de cómo taparlos. La hinchazón en mi mejilla tampoco. Ropa y silencio, suponía.
Mi idea de no beber había estado bien. Porque Tom era totalmente inofensivo. Era como un gato. Tom quería ser un gato y en realidad era exactamente como uno de ellos. Adorable, cuando le parecía cariñoso, cuando le apetecía misterioso. Y cuando quería sacaba las uñas y destrozaba la tapicería.
Eso era Tom. Había estado bien mientras nos besábamos y mientras yo le tocaba y él me tocaba. Había sido algo nuevo, pero que se sentía como si llevásemos toda la vida asaltándonos el uno al otro. También había estado bien que él bebiese y se relajase y dejase que yo me deshiciese de mi camiseta y de sus pantalones. Y, después, el tintineo de mi cinturón había sido genial. Había llegado en un momento de silencio. Luego Tom había tomado otro trago y me había quitado los pantalones.
Por aquellas alturas, yo estaba respirando tan rápido como Tom bebía. No me importaba porque no me interrumpía el camino hacia él. Ni siquiera me di cuenta de que se estaba pasando. Estaba demasiado ocupado haciendo lo que a los chicos nos gusta que nos hagan, con la goma de sus bóxers apretando mi muñeca y casi no dejándome moverla.
Cuando Tom fue a dejar la botella en la mesa y cayó al suelo, empapando la alfombra, yo le dije que parara de beber.
-Sigue –me dijo.
No obedecí, y saqué la mano de dentro de sus bóxers, intentando apartar su mano de la botella, mientras me inclinaba para besarle.
Y entonces comenzó.
Creo que tardé muchísimo en darme cuenta de que estaba en el suelo porque me había pegado un puñetazo. Pestañeé, incrédulo, y me incorporé en seguida para mirarlo. Me llevé la mano a la cara.
-¿Por qué…?
En el primer segundo en el que tomó mi muñeca pensé que se iba a disculpar. En el segundo segundo en el que me atrajo hacia él pensé que lo iba a ignorar y seguir besándome. En el tercer segundo, cuando clavó sus uñas en mi piel y sus labios se torcieron en una sonrisa, recordé.
Recordé lo mucho que le gustaba ponerse violento cuando bebía.
-Tom –llamé.
Él se levantó, y yo lo miré desde abajo. Seguía sujetándome la muñeca, y me tendió la otra mano. Fui a tomársela, pero él me la apartó con un manotazo.
-La botella –ordenó.
Alcé una ceja. La botella de ron seguía a cinco centímetros de mi mano libre, pero no pensaba dársela. Para nada.
-Tom, creo que…
-Que. Me. Des. La. Botella.
Lo miré.
-Danny.
Negué con la cabeza, y oí el estallido de su mano contra mi rostro incluso antes de sentir el escozor. Me quejé y me aparté, pero no dejé que soltase mi muñeca, él tampoco quiso hacerlo.
-Tienes una cara jodidamente graciosa –comentó. Se rió.
-Lo sé –contesté.
-Danny, en serio. Alcánzamela, tío.
Cogí la botella. En realidad, yo era muy listo. Bueno, no. No lo era. Que la botella se hubiera vaciado en la alfombra mientras hablábamos no había sigo una estrategia para que él no bebiese más, pero podría haberlo sido.
Se la tendí. Él notó que ya no quedaba nada en ella.
-¡JODER, DANNY! –me gritó.
El primer momento de la noche en el que me asusté, y la botella ya impactaba sobre mí. Grité cuando los cristales se clavaron en mi hombro, brazo y pecho, y retrocedí bruscamente. Aspiré aire entre los dientes para cortar el grito, mientras echaba un vistazo al lugar herido. Pareció dolerme más cuando vi la sangre, y gemí.
Me solté de su agarre, apresurándome a sacarme los trozos de cristal que seguían hundidos en mi piel, partiendo en dos alguna que otra peca. Tom me miraba fijamente. Sabía que una vez que se desataba era un poco tedioso hacerle ver que pegar al resto del mundo no era para nada divertido. Pero otras veces había tenido a Harry conmigo. Incluso Dougie servía más para esto que yo. Porque yo, simplemente, no podía pegarle a Tom.
Porque era Tom.
Era Tom, y no podía llamar a Harry. Técnicamente podía, pero no me apetecía explicarle después que hacíamos rodeados de alcohol, hielo y cervezas vacías, la ropa tirada de cualquier manera por el suelo y el interior de nuestros bóxers aún algo agitado.
Así que me quedé quieto, y miré a Tom. Él torció el gesto hasta crear una mueca de sufrimiento. No entendía nada.
-¿Por qué eres tan estúpido? –se quejó.
Yo me quedé helado.
-¿Cómo?
-Eres tan tonto…
Avancé un paso hacia él, inseguro. A lo mejor le había cambiado el chip.
-¿Qué te pasa, Tom?
Evidentemente él no quería ni que se lo preguntase. Gané otro golpe. En la sien. Me mareé. Me mareé tanto en tan poco tiempo que me puse a toser y me tuve que apoyar en el sillón. Él volvió a la carga, pero me aparté a tiempo. El estruendo fue horrible cuando el sofá cayó hacia atrás, y Tom se volvió rápidamente hacia mí para alcanzar a su objetivo. Lo esquivé de nuevo.
Me acerqué a él y conseguí tomarle de las muñecas. Era más alto, y más fuerte. Y estaba más borracho. Entonces me arrastró por toda la habitación, llevándonos por delante mesillas, papeleras, casi incluso la televisión. Mi espalda chocó fuertemente contra la pared de enfrente, me clavé el borde de la ventana y apreté los dientes.
Él chocó su frente con la mía e hizo presión, mi cuello arqueado comenzaba a doler.
-Es estúpido –gruñó.
No contesté.
-Te tiras la vida estudiando, pensando en que al final la gente elegirá a los listos.
Lo miré. Ojos cerrados fuertemente.
-Y entonces apareces tú, un ignorante de mierda, y entonces todo lo que sabes no sirve de nada.
Otro choque de frente. Me quejo en bajo.
-Porque sólo importa si estás bueno.
Silencio.
Entonces, Tom se alejó unos centímetros y luego apoyó su cabeza en mi hombro. Nos quedamos así un rato, respirando dificultosamente el uno delante del otro. Yo me sentía extraño, nervioso, tenía miedo de que se pusiese agresivo de nuevo. Sin embargo, cuando giré la cabeza para mirarle no parecía estar mal. Agaché la cabeza para ver si podía encontrarme con sus ojos.
-¿Tom…?
Alzó la cabeza y me miró. Yo solté sus muñecas, preguntándome si estaba haciendo bien. Le pregunté con la mirada si ya podía tranquilizarme. Su mirada se deslizó por las cortinas tras de mí, sus pupilas vacías y perdidas y, finalmente, me miró directamente a los ojos.
-Oh –dijo simplemente.
Probé a sonreír, eso siempre tenía su efecto.
-¿Ya? –susurré.
Él retrocedió un par de pasos, mirando al suelo. Yo le seguí a los pocos segundos. Me acerqué a él, rodeé su torso con mis brazos y lo apreté fuertemente en uno de esos abrazos que sólo le daba una vez al año. Tardó en devolverme el abrazo, y sentí sus dedos deslizándose por mi espalda. Le sentí toquetear los cortes del hombro.
-Lo siento –susurró también.
No le solté. Me dejé llevar al baño y lo observé mientras me echaba agua en los cortes torpemente, torciendo el gesto, dándose cuenta de que lo estaba haciendo mal, y que había hecho las cosas mal desde el principio. Estaba muy concentrado en quitar cada esquirla de cristal que aún quedase, pero tampoco eran heridas graves y ahora él se estaba preocupando demasiado.
Así que me limité a inclinarme y a darle un beso. Él se quedó quieto, aún a la altura de mi hombro y mirando mis heridas. Luego deslizó la vista lentamente hasta mí.
-¿Por qué? –preguntó.
-Yo tengo más derecho a hacer esa pregunta –le contesté.
Asintió, sabiendo que tenía razón. Era un gesto gracioso, el suyo de culpa. Sonreí. Él nunca me entendería, porqué sonreía cuando tenía el hombro hecho mierda, el labio partido, moratones hasta en la espalda y bultos comenzando a salir en la cabeza.
Volví a besarle.
Salimos del baño, de nuevo de la mano. De nuevo sin comentarlo. Con las heridas limpias, aunque escocían, todo parecía menos bárbaro de lo que había parecido en un principio. Tom pestañeaba e hizo un intento de ir a recoger las cosas. Le paré. Él se giró hacia mí, sin mirarme. Retrocedí todo lo que pudo para alejarse de mí sin soltar mi mano. Yo alcé una ceja.
-¿Qué pasa?
Sacudió la cabeza. Yo torcí el gesto. Y volví a besarle. Porque quería hacerlo. Porque debía hacerlo. Porque Tom sólo olvidaría y sólo se perdonaría si hacía como que no había pasado nada. Y es que no había pasado nada. No era la primera vez que me golpeaba estando borracho. Lo único que lo diferenciaba de las otras veces era que ahora había algunos dolores más. Lo otro que lo diferenciaba de las otras veces era que antes de que estallase la violencia habíamos estado envueltos en lo contrario a ésta.
Me pegué contra él. Respiré en su cuello. Los cortes dolieron al encontrarse con su piel, pero no me importó mucho. Giré la cabeza hasta encontrarme de nuevo con sus labios. Él no se apartó esta vez.
Manos en su espalda.
Labios en los suyos.
Mi sonrisa oculta en su cuello.
En resumen, la noche no había sido tan mala. Si me ponía a hacer recuento, la verdad es que había sido especial. Incluso el descontrol de Tom era una pincelada más, con lo que no habría podido estar completa. Oí la puerta del baño chirriar tras de mí. Tom ya se había puesto los calzoncillos, y su pantalones estaban a medio abrochar, pero me miraba desde allí con preocupación.
Algo se presionó en mi pecho al verlo.
Si sumamos sexo, besos y dos personas, la solución era Amor. No sabía en qué parte de la ecuación quedaban los golpes, pero estaba claro que iban a ser algo específico en nuestra relación. Porque Tom no podía continuar en esto con la mente totalmente brillante.
Si sumamos golpes, alcohol, sexo, besos y dos personas, la solución se tambaleaba y dudaba. Yo no estaba enamorado de Tom. Pero le amaba. Era una sensación extraña. Le miré a través del espejo mientras lo observaba rodearme con sus brazos. No podría vivir sin Tom. No podría concebir el seguir sin él. Sin la melodía que nos acompañaba a todas partes. Éramos como una partitura que nos envolvía y nos mantenía unidos a base de Claves de Sol. No romperíamos la canción. Éramos música.
Amaba a Tom porque era Tom. Porque formaba parte de mi sinfonía. Porque era yo y yo era él. No podíamos ser divididos, no importaba qué pasase. Quién cayese. Apoyé mi cabeza en su pecho, alcé la vista hacia él y esperé a que me besase.
Cuando sus labios se acercaron sentí miedo.
Cuatro segundos para la colisión.
Pestañeé.
Tres segundos para la conexión.
Si no estaba enamorado, ¿por qué deberíamos hacer aquello?
Dos segundos para el despegue.
Quédate quieto Danny.
Un segundo para que el espacio se abriese ante mí.
Clave de Sol, y él por fin me besó. Acaricié sus brazos con mis manos.
Comprendí que, a partir de esa noche, sentiría un miedo irracional cada vez que sus labios se acercasen a los míos. Sus labios sabrían a botellas rotas, a ventanas clavadas en la espalda y a bofetones con mi nombre. Pero tampoco podría dejar de hacerlo. Una especie de sadomasoquismo hacia sus labios.
¿Cómo se le llamaba a ese miedo?
No me acordaba.
Me encantaba.








~~~ ~~~ ~~~



Puuurrrr~

Dogs.

Título: Dogs
Autor: LunnVic (again)
Género/Pairing: Romance/CosaRara. Hetero [Danny/ChicaRandom]
Argumento: Él aún se acuerda de ella.














DOGS.




Ella sólo había dicho “hey”.
Era el año 2004, octubre, nuestra primera gira. Yo acababa de acostumbrarme a los dieciocho años y no es que me quedase mucho de la inocencia que debería haber arrastrado conmigo desde la adolescencia. Aunque tampoco pensaba que esa cifra ya me convertía en adulto. Nada más lejos de la realidad.
En un rato tendríamos un concierto en aquella ciudad. No habíamos vendido todas las entradas, pero sí un 90% de ellas, o algo así, había dicho Tom. La verdad es que yo no escuchaba mucho a Tom. Por lo menos en lo referente a cifras. Y ahora mismo le estaba hablando de ellas a Harry, quien le miraba fijamente agitando casi psicóticamente las baquetas entre sus manos. Temí que alguna se le escapase y fuese a parar en algún punto del cuerpo de Dougie, quien se paseaba de aquí para allá a una distancia poco prudencial de esos dos.
En ese momento, la puerta se abrió y entró nuestro representante, con una sonrisa resplandeciente en el rostro. Tras él entraron un grupo de chicas que se aferraban fuertemente a discos que reconocía claramente como nuestros.
Bien, comenzaba el baile de sonrisas y abrazos.
Algunas chillaron. Eso en parte me hacía gracia y me asustaba. Pero más de lo primero. Comencé a estrechar manos, firmar discos y a dar abrazos, todo automático. Sonríe, sonríe. Ni siquiera tenía que recordármelo a mí mismo. Esas cosas me hacían feliz. Veía el brillo en sus ojos. Algunas de ellas se hacían la foto y luego me enseñaban la pantalla de la cámara para que viese cómo había salido, por si quería repetir. Yo me veía en el objetivo, y no me molestaba lo que veía. No era que fuese egocéntrico. Era que simplemente aquella noche estaba especialmente guapo. Gorra gris oscura y camiseta roja sencilla. Aquella noche el pelo se había revelado muchísimo contra la plancha, pero allí estaba, completamente liso sobre mis ojos. Estaba orgulloso de mi imagen. Hasta parecía guapo.
En un momento dado me acerqué a Dougie. Dougie, quien ni siquiera tenía la edad suficiente para poder entrar en algunos recintos como espectador y, sin embargo, era el bajista del grupo.
-Vamos a jugar a un juego –dije en bajo en su oído.
Sentí los ojos de las fans clavados en nosotros. Crujidos de cámaras siendo utilizadas. Dougie gimió.
-Danny… –comenzó, y se giró hacia mí.
Sólo debía adivinar a la chica que Dougie estaba mirando de más. Era divertido. Era tremendamente divertido, porque Dougie siempre se fijaba en la que era más fácil de conseguir para mí. Y las conseguía. El criajo se enfurruñaba durante unas horas, y a veces cuando volvía al tourbus de madrugaba me gritaba o lloriqueaba un poco. Entonces yo le decía que no habíamos hecho nada, que sólo habíamos dado una vuelta, y que la chica en cuestión no era del gusto de ninguno de los dos. El chiquillo sonreía, satisfecho. A veces me daba un abrazo. Otras sólo decía “qué alivio”. Otras seguía enfadado y no me creía. Muchas de esas últimas veces acababa picándole a abrazos de oso hasta que me perdonaba.
Claro que era mentira.
Claro que me las tiraba.
Y Harry me miraba con el ceño fruncido y los labios apretados cuando Dougie se iba alegremente a dormir. Y Tom pasaba del tema mientras sacudía la cabeza lentamente.
-¿Quién es, Doug? –reí por lo bajo, examinando a las chicas de la sala mientras hablaban con Tom y Harry.
Vi a una chica vestida con una blusa violeta que podría colar. La señalé disimuladamente. Dougie desvió la vista y negó la cabeza. Vaya, había fallado. Volví a pasar la mirada azul por entre la jauría.
Luego me fijé en ella. Había pasado desapercibida porque era la más bajita de todas, pero montaba bastante escándalo. No del malo, no gritaba ni lloraba. En realidad se estaba pasando el meet correteando de una chica a otra, hablándolas, empujándolas hacia nosotros, animándolas a charlar con nosotros. Me recordó al perro guía de un rebaño de ovejas, que las muerde para que no se salgan del camino. Tenía el pelo hasta los hombros, castaño, en un peinado casual y normalito. Parecía no haberse arreglado mucho para la ocasión, en contraposición a las demás. Camiseta de nuestro grupo amarilla y verde, nuestro logo en el pecho, vaqueros y playeras de skate. Collar de playa. Reí por lo bajo, y me giré hacia Dougie para contarle mi maravillosa comparación del perro y las ovejas, y me lo encontré mirando en la misma dirección que yo. Alcé una ceja.
-¿Te gusta esa, Dougie? –torcí el gesto.
-¿Eh?
-La plana, digo.
-Joder, tío, pero no la insultes –se quejó.
-A ver –me expliqué-, que no estoy mintiendo. Es la verdad.
-Ya, pero…
No le dejé terminar.
-Entonces, ¿sí? ¿He acertado otra vez?
Durante un momento extraño y por primera vez desde que empecé aquel juego con Doug, muchos conciertos atrás, me sentí realmente inquieto por la respuesta. Quería que dijese que sí. Por pura curiosidad. Aunque dijese que sí, no me llevaría a la cama al perro pastor. Seguramente sería menor aún. Muy menor.
Dougie alzó la vista hacia mí, puso los ojos en blanco y bufó.
-Estás perdiendo facultades, Jones –me dijo-. Claro que no.
Y se alejó de mí.
Torcí el gesto.
Cuando volví a prestar atención a mi alrededor, un destello de plástico me cegó un momento, y cuando enfoqué la vista tenía unos ojos castaños fijos en mí. Una sonrisa tranquila y amplia. Su CD tendido hacia mí en una mano, el rotulador negro en la otra.
Y la miré, perdido. Ella alzó una ceja, aún sin decir nada y con esa sonrisa a medias. No era excesivamente guapa. Apenas si lo era. Pero tampoco era nada fea. Era mona. Era pequeña. Le sacaba como dos cabezas.
-¡Hey! –dijo entonces, por todo saludo.
Alzó la cabeza.
-Hey… –saludé también.



Estaba pensando en esto mientras pasaba la plancha del pelo por el borde de mi camisa para que quedase recta y dura. Ya me había preparado por completo para el concierto de aquella noche y esperaba sin mucha paciencia cómo los demás acababan de darse retoques en el espejo del fondo de la sala. Habían pasado siete años, pero en esa ciudad siempre utilizábamos el mismo recinto, y los meets siempre se hacían en la misma sala. Un poco más y seguía el mismo cartón de publicidad que utilizábamos para fondo de fotos. Yo aproveché también para darme un último vistazo al espejo.
Tampoco había cambiado tanto. Y eso que a veces era incapaz de reconocerme a mí mismo en una foto antigua. Pero aquel día no estaba mal. Otra vez volví a sentirme bien con mi imagen. Creo que era por la iluminación de la habitación o algo parecido. Pensé en desabrocharme otro botón más de la camisa, pero cuando fui a hacer el movimiento crucé miradas con Tom y negó con la cabeza. Dejé el botón en su sitio.
Adivina las notas de qué vals tocaba la puerta al abrirse.
Por lo menos aquella vez los meets eran diferentes. No eran ganados en concursos, sino los que nosotros mismos habíamos puesto en circulación a través de nuestra web. Así que algunos de ellos eran de lo más agradable. Las chicas (¡y a veces hasta chicos!) que venían habían tenido tiempo de sobra para asimilar que nos iban a ver, venían con preguntas y conversaciones preparadas. Guay. Todo genial.
Me acerqué a Dougie. Fui a abrir la boca para recordarle la broma de aquellos tiempos, pero él se giró por completo para atender a un par de fans, y yo retrocedí. Tampoco entendía cómo en el último año habían cambiado tanto las cosas con respecto a mí y a los chicos. Como si fuéramos demasiado nosotros mismos como para actuar como nosotros mismos. Yo me entendía. Claramente Dougie ya no era el chico de dieciséis años al que las chicas le quedaban demasiado grandes. El juego ya no tenía gracia. Si yo ahora me acostaba con alguna chica de las que él había fichado, habría una gran bronca después. Y esa bronca incluiría a todos. Las cosas ya no eran tan fáciles. Además, era eso. Sólo una broma. Yo era feliz con Georgia. Georgia era la mujer más perfecta del mundo, y no sólo porque lo dijese un estúpido concurso de belleza. Porque el concurso era de eso, belleza, pero no hablaba para nada de cómo era por dentro. El concurso no la premiaba por cómo respiraba, o por cómo fruncía los labios antes de hacerme un regalo, ni por cómo ladeaba la cabeza al intentar descifrar una receta de cocina. Ni siquiera por cómo besaba o cómo te rodeaba con sus brazos a la hora de dormir. Ni por cómo deslizaba los dedos por tu pelo.
Me parecía ridículo que sólo hubiese ganado por su belleza, con todos esos detalles siendo completamente ignorados.
En ese momento, volviendo a la realidad, tuve un potentísimo déjà vu. Varios reflejos de plástico de CD me atacaron los ojos, y yo pestañeé con fuerza. Una baraja de discos brillaba en las manos femeninas de alguien, y un rotulador negro completaba el conjunto.
Alcé la vista.
Ojos castaños. Peinado algo más cuidado pero igualmente suelto y por defecto. Sonrisa amplia y ladeaba, de perro pastor echado hacia delante, siempre dos pasos más rápido que el receptor.
Ella.
Abrí ligeramente la boca, más sorprendido por haberme acordado de ella que por el hecho de tenerla en frente, siete años después. Ella alzó una ceja, movimiento exacto que por entonces. La miré de arriba a abajo. Vaqueros pitillos ajustados, playeras de colores brillantes, camiseta algo más pegada y escotada, y chaleco de vestir.
Tomé los CDs y el rotulador sin apenas darme cuenta. Continué mirándola.
-Hey –dijo.
-Hey –contesté, despertando del shock y comenzando a sonreír.
Ella me devolvió la sonrisa ampliamente.



Se me hacía extraño. En realidad no podía hacer mucho de lo que hacía normalmente. Ella sólo sonreía, mientras se terminaba la hamburguesa del McDonalds a la que le había invitado. Tenía mucho más dinero para invitarla al restaurante más caro de la ciudad, pero había sentido que eso habría estado fuera de lugar. Incluso aunque después del concierto yo me había duchado y arreglado un poco más, seguíamos siendo dos chavales vestidos con playeras y vaqueros.
También había pensado en llevarle a alguna discoteca, como a las otras. Es más, cuando le había firmado el disco y me había inclinado para sugerirle que se pasase por Fabric después del concierto, ella sólo se había reído y había dicho “¿Y con qué carné, Einstein?”.
Que os jodan a todos, menores de edad. Que os jodan a todos. A Dougie el primero, por decirme que no era ella, el primerísimo de todos. Y después a ella, por no darse prisa en crecer, y por hacerme pensar a la velocidad de la luz dónde llevarla después.
Ni siquiera sabía qué hacía allí. Dougie me había dicho que no. Y sin embargo había continuado el plan como si así lo hubiera hecho.
Serían como las tres de la mañana. Miré el reloj. 2:54. Y ella seguía sin terminar una hamburguesa que le había comprado en los últimos minutos del restaurante de comida basura, hacía casi una hora.
¿Y sabéis lo peor?
No tenía ni idea de cómo se llamaba.
¿Lo arreglamos más?
Yo estaba sentado en un banco de parque, normal, mientras la espalda de ella estaba pegada al apoyabrazos y sus piernas descansaban sobre las mías. Apenas habíamos hablado desde que había salido por la parte trasera y me la había encontrado allí, tal y como le había pedido que hiciese. Me giré para mirarla.
-Entonces… ¿qué te ha parecido el concierto?
Se encogió de hombros, se comió el último trozo de hamburguesa, y alzó la vista hacia mí mientras masticaba. Yo esperé en silencio también.
-Me gusta That Girl –dijo simplemente.
-Oh.
Ella sonrió.
-Vuestro directo es genial. Bueno, supuestamente sois pop, pero en el escenario sonáis mucho más rock. Supongo que es porque no hay efectos –volvió a encogerse de hombros-. Me gusta. Os volvéis locos allí arriba.
Sonreí también. Un halago.
-¿En qué fila estabas?
Ella estrechó los ojos un momento para pensar.
-Creo que… quinta, o así. No. Sí. Sí, quinta.
Silencio.
-¿Has venido sola?
-No. He venido con un par de amigas.
-¿Y dónde están?
-Supongo que haciendo rondas por discotecas, a ver si se topan con alguno de vosotros.
Rió, y yo acabé riendo con ella. Sin darme apenas cuenta me giré hacia ella para mirarla mejor. Ella no se movió.
-Oye… –comencé-. Me da cosa no haberte preguntado tu nombre antes. Ni siquiera para la firma. Normalmente lo hago, pero…
Ella movió la mano, quitando importancia al asunto.
-Ollie.
-¿Te llamas Ollie? –pregunté, extrañado.
-Es un mote –rió.
-¿Y de donde viene?
Volvió a reír. Tenía una risa baja y aguda a la vez, a trompicones. La película en la que salía su mote salió al año siguiente, pero eso era otra historia.
Me la quedé mirando. En realidad, no encajábamos. Éramos demasiado parecidos, quizá. Demasiado ligeros. Pero por eso mismo aquella noche era perfecta, en su sentido figurado de permanencia. Ella me comprendía aún sin haber dicho una palabra. Me entendía perfectamente, porque ella también lo sentía. No era el tipo de chica de la que me enamoraría. No era el tipo de chico del que se enamoraría. Yo no buscaba relaciones a distancia. Ella no quería tener nada que ver con una fama adaptada al título de “novia de”. Así que estaba bien si sólo nos mirábamos por ese tiempo y dejábamos de ser nosotros mismos para ser el otro. Por una sola noche.
Puse mi mano sobre una de sus rodillas, y me incliné hacia ella. Oí cómo su respiración se cortaba de golpe mientras yo apoyaba mi frente en la suya. Cerré los ojos. Sentí cómo Ollie los cerraba también. No sabía para quién de los dos iba a ser aquello más especial. Muy pocas veces te encontrabas a ti mismo escondido en el interior de otra persona. Quizá sólo una. Quizá sólo aquella vez. Y aquello iba más allá de la música.
Sentí cómo las manos de Ollie tomaban mi rostro, y me separé unos milímetros de ella. La miré a los ojos. Los ojos oscuros que chocaron contra los míos, atacados por la tenue luz de la farola que nos custodiaba, unos cuantos metros más allá.
Y simplemente la besé.



Ojalá nos hubiéramos enamorado.



-No pensaba que aún siguieses el grupo.
Ella se encogió de hombros. Nos dirigíamos sin siquiera planearlo al banco del parque de siete años atrás, pero aquella vez sin comida basura de por medio. Paseábamos tranquilamente por las calles neblinosas, dejando escapar el frío vaho por nuestras bocas.
-Claro –contestó Ollie-. Me gustaba vuestra música.
Eso decía muchas más cosas. Sinceramente.
-Aunque el último… –hizo una mueca-. Os lo perdono porque no dejáis de ser vosotros, pero…
-Lo sé –le corté-. Ya nos lo han dicho más veces.
Rió. Otra vez esa risa. A trozos. Como si se le olvidase cómo se reía a cada segundo y al siguiente se acordase de nuevo. Era una risa realmente molesta. Quizá tanto como la mía, cada una a su manera.
-Pues eso mismo –zanjó.
Nos quedamos quietos, petrificados, a menos de diez centímetros del banco. Yo tenía las manos metidas en los bolsillos, y a Ollie le oía juguetear con, quizá, las llaves de su casa.
Suspiré, y procedí a sentarme en el banco. Puede que hasta eligiese el mismo centímetro. Ella se sentó bien, a mi lado, de forma normal, los pies en el suelo. Seguía el silencio.
Silencio. Silencio. Y, en realidad, quería que fuese lo contrario. Quería hablar con ella, preguntarle qué había pasado con su vida, qué estudiaba, qué trabajaba, dónde, cuánto, cuándo. Todo. Porque no tendría sentido que ella me preguntase a mí. Ya sabría las respuestas.
También quería decirle lo otro. Aquello por lo que no hacía falta que ella hablase. Simplemente, debía hacerlo. Aunque no significase nada ya. Aunque no fuese a cambiar nada ya.
Ollie giró la cabeza para mirarme cuando suspiré, y agachó la cabeza para hacer contacto visual conmigo. Yo imité su gesto y la miré a los ojos. Otra vez esa sensación extraña. Otra vez abriendo con sus pupilas cada poro de mi piel, entrando a través de ella, quedándose dentro.
No entendía nada. Era como si todo se hubiese bloqueado, como si todo se hubiese quebrado de pronto. Casi igual que mirar a través de un cristal nublado por la humedad. No sabía qué se suponía que debía hacer ahora. Nada.
Vi cómo sonreía. Una sonrisa tenue, corta, apenas visible. Ladeó la cabeza y bajó un poco más hasta mí.
Antes de que me diese cuenta, sus brazos me rodeaban cálidamente y hundía su rostro en mi cuello. Casi me sorprendí aún más cuando mi propio cuerpo actuó solo, devolviéndole el gesto, mis manos sobrevolando su espalda, contando cada una de sus vértebras marcadas contra la piel y la tela. Hacía mucho que nadie pasaba sus dedos por entre mi pelo de aquella forma, casi con cuidado de no dañarme. Sentí un escalofrío.
Luego me separé unos centímetros de ella. Podría ver cada cambio ínfimo de su piel en mi distancia. Tragué saliva.
-¿Qué… qué tal todo, Ollie?
Ella rió por lo bajo.
-Bien, supongo –contestó en el mismo tono.
No me atrevía a soltarla. Se rompería. Me rompería si dejaba de tocar su piel por un solo segundo. Y pedazos de nuestros cuerpos de cristal reflejarían la luz de la misma farola, siete años después.
Me mordí el labio inferior.
-Te llamé –susurré.
Podía ver su sonrisa temblar un momento antes de mantenerse en su sitio.
-Lo sé.
Me separé y la miré a los ojos.
-No, no puedes saberlo –negué con la cabeza-. Número oculto, ¿sabes?
Ella rió alto. Seguro que ella también pensaba que se rompería si me soltaba.
-No hace falta ser muy listo para reconocer las voces de los otros de fondo…
Pestañeé.
-Oh.
Silencio.
-Y si sabías que era yo, ¿por qué no me hablaste? –pregunté.
-¿Y tú? –contraatacó- Si me llamaste tú, ¿por qué no hablabas?
Ojos. Dos botones oscuros sobre un remolino de caramelo. Así eran sus iris. Cerré los míos. No sabía contestar. No sabíamos contestar.
La urgencia cosquilleaba en la punta de mis labios, pero por mucho que miraba, no encajaba. El pensamiento partido entre besarla y apartarme de ella. De apretarle contra mi pecho fuertemente y salir corriendo. De todo y nada.
Me incliné hacia ella. Mis labios a menos de tres centímetros de los suyos.
Y el mundo se rompe.
Todo se cae a pedazos.
Porque soy incapaz de destrozar esa distancia. Inútil. Mis engranajes no se mueven.
Me pasé la lengua por los labios.
-No puedo hacerlo –dije, y expulsé todo el aire que había estado reteniendo de puro estrés entre mis dientes. No quise mirarle.
-Yo tampoco –susurró jovialmente.
Cerró los ojos y apoyó la frente en mi mejilla, con sus manos aún en mi pelo.
Nos quedamos así un rato, en silencio. Ella subió de nuevo las piernas sobre las mías, mismo momento exacto, que alguien me mate si no era casi la misma fecha. Como un bucle infinito roto por los sentimientos no esperados.
-Estoy enamorado –le dije-. Enamorado de verdad.
Sabía que ella estaba sonriendo aún sin poder verle la cara.
-Ya. Ella es preciosa.
Nada de rencor. Nada de dolor. Estábamos tranquilos allí, en la noche, tocándonos y sabiendo el uno del otro. Creo que nunca seré capaz de superar ninguno de los dos momentos.
-Tú sabías que esto pasaría.
-Ahá.
-¿Y por qué te has quedado? ¿Por qué me has esperado?
Los huesos de su espalda chascaron cuando se separó. Sonrisa irónica, perro guía, perro alfa. Lo sabía todo.
-¿Y tú? También lo sabías. ¿Por qué me lo has pedido?
Tocado y hundido.
El perro me había mordido, me había salido del camino. Había intentado escapar de mi lugar y me había vuelto a llegar al centro con un mordisco. Como la vez anterior, empujándome de nuevo a mi vida. Enredé mis manos en su pelo. No tenía ni idea de quién era ella, pero ya era más importante que cualquier vuelo por coger a última hora.
Pasaron alrededor de tres años en el banco, mientras la madrugada barría con su brisa fresca las hojas rotas en el suelo, la farola nos vigilaba con impaciencia y el Sol pugnaba por salir. No más palabras, no más preguntas.
Cuando la mañana había avanzado lo suficiente como para clarear el suelo y crear sombras, me volví para mirarla. Respiración tranquila en su pecho y sus ojos cerrados. ¿Cuánto tiempo llevaba dormida apoyada en mi hombro? Tampoco quería saberlo.
Me moví un poco.
Despertó.
Y abrió los ojos. Y sus pupilas temblaron un momento antes de enfocarme y sonreír. No era una sonrisa alegre. No parecía ser siquiera una sonrisa. Besé su frente.
-Hey –dijo. Como siempre.
-Hey –respondí. Como siempre.
Desvió la vista.
-Voy a tener que marcharme.
-Sí, yo también.
Nos levantamos a la vez, desenredando nuestros cuerpos. Me sentí extraño. Mi cuerpo se sentía raro sin el calor adicional de Ollie. Aún así, no volví a tocarla. Ya no podía hacerlo. La noche había acabado. La hora se había pasado.
Ella retrocedió un paso, con la vista en el suelo.
-Bueno… –comenzó-. Yo me voy por aquí.
Yo iba por el lado inverso. No se acompaña a las damas que quieren estar solas. Y cómo habíamos cambiado. Al fin y al cabo, la inocencia y la adolescencia no sólo terminan en las mismas sílabas. También ambas acababan por desaparecer.
Como nosotros. Nosotros teníamos que desaparecer.
Por otros siete años, quizá.
No le miré más. No me miró más.
-Hasta el próximo “hey” –me despedí.
Rió. Ya no la veía. Comenzando a andar hacia el lado contrario.
-Hasta la próxima.
Bufé por lo bajo, mientras oía sus pasos como un eco de los míos.
Quedaban 2.492 días.




~~~ ~~~ ~~~



Y eso... >w<