Autor: LunnVic (again)
Género/Pairing: Romance/CosaRara. Hetero [Danny/ChicaRandom]
Argumento: Él aún se acuerda de ella.
DOGS.
Ella sólo había dicho “hey”.
Era el año 2004, octubre, nuestra primera gira. Yo acababa de acostumbrarme a los dieciocho años y no es que me quedase mucho de la inocencia que debería haber arrastrado conmigo desde la adolescencia. Aunque tampoco pensaba que esa cifra ya me convertía en adulto. Nada más lejos de la realidad.
En un rato tendríamos un concierto en aquella ciudad. No habíamos vendido todas las entradas, pero sí un 90% de ellas, o algo así, había dicho Tom. La verdad es que yo no escuchaba mucho a Tom. Por lo menos en lo referente a cifras. Y ahora mismo le estaba hablando de ellas a Harry, quien le miraba fijamente agitando casi psicóticamente las baquetas entre sus manos. Temí que alguna se le escapase y fuese a parar en algún punto del cuerpo de Dougie, quien se paseaba de aquí para allá a una distancia poco prudencial de esos dos.
En ese momento, la puerta se abrió y entró nuestro representante, con una sonrisa resplandeciente en el rostro. Tras él entraron un grupo de chicas que se aferraban fuertemente a discos que reconocía claramente como nuestros.
Bien, comenzaba el baile de sonrisas y abrazos.
Algunas chillaron. Eso en parte me hacía gracia y me asustaba. Pero más de lo primero. Comencé a estrechar manos, firmar discos y a dar abrazos, todo automático. Sonríe, sonríe. Ni siquiera tenía que recordármelo a mí mismo. Esas cosas me hacían feliz. Veía el brillo en sus ojos. Algunas de ellas se hacían la foto y luego me enseñaban la pantalla de la cámara para que viese cómo había salido, por si quería repetir. Yo me veía en el objetivo, y no me molestaba lo que veía. No era que fuese egocéntrico. Era que simplemente aquella noche estaba especialmente guapo. Gorra gris oscura y camiseta roja sencilla. Aquella noche el pelo se había revelado muchísimo contra la plancha, pero allí estaba, completamente liso sobre mis ojos. Estaba orgulloso de mi imagen. Hasta parecía guapo.
En un momento dado me acerqué a Dougie. Dougie, quien ni siquiera tenía la edad suficiente para poder entrar en algunos recintos como espectador y, sin embargo, era el bajista del grupo.
-Vamos a jugar a un juego –dije en bajo en su oído.
Sentí los ojos de las fans clavados en nosotros. Crujidos de cámaras siendo utilizadas. Dougie gimió.
-Danny… –comenzó, y se giró hacia mí.
Sólo debía adivinar a la chica que Dougie estaba mirando de más. Era divertido. Era tremendamente divertido, porque Dougie siempre se fijaba en la que era más fácil de conseguir para mí. Y las conseguía. El criajo se enfurruñaba durante unas horas, y a veces cuando volvía al tourbus de madrugaba me gritaba o lloriqueaba un poco. Entonces yo le decía que no habíamos hecho nada, que sólo habíamos dado una vuelta, y que la chica en cuestión no era del gusto de ninguno de los dos. El chiquillo sonreía, satisfecho. A veces me daba un abrazo. Otras sólo decía “qué alivio”. Otras seguía enfadado y no me creía. Muchas de esas últimas veces acababa picándole a abrazos de oso hasta que me perdonaba.
Claro que era mentira.
Claro que me las tiraba.
Y Harry me miraba con el ceño fruncido y los labios apretados cuando Dougie se iba alegremente a dormir. Y Tom pasaba del tema mientras sacudía la cabeza lentamente.
-¿Quién es, Doug? –reí por lo bajo, examinando a las chicas de la sala mientras hablaban con Tom y Harry.
Vi a una chica vestida con una blusa violeta que podría colar. La señalé disimuladamente. Dougie desvió la vista y negó la cabeza. Vaya, había fallado. Volví a pasar la mirada azul por entre la jauría.
Luego me fijé en ella. Había pasado desapercibida porque era la más bajita de todas, pero montaba bastante escándalo. No del malo, no gritaba ni lloraba. En realidad se estaba pasando el meet correteando de una chica a otra, hablándolas, empujándolas hacia nosotros, animándolas a charlar con nosotros. Me recordó al perro guía de un rebaño de ovejas, que las muerde para que no se salgan del camino. Tenía el pelo hasta los hombros, castaño, en un peinado casual y normalito. Parecía no haberse arreglado mucho para la ocasión, en contraposición a las demás. Camiseta de nuestro grupo amarilla y verde, nuestro logo en el pecho, vaqueros y playeras de skate. Collar de playa. Reí por lo bajo, y me giré hacia Dougie para contarle mi maravillosa comparación del perro y las ovejas, y me lo encontré mirando en la misma dirección que yo. Alcé una ceja.
-¿Te gusta esa, Dougie? –torcí el gesto.
-¿Eh?
-La plana, digo.
-Joder, tío, pero no la insultes –se quejó.
-A ver –me expliqué-, que no estoy mintiendo. Es la verdad.
-Ya, pero…
No le dejé terminar.
-Entonces, ¿sí? ¿He acertado otra vez?
Durante un momento extraño y por primera vez desde que empecé aquel juego con Doug, muchos conciertos atrás, me sentí realmente inquieto por la respuesta. Quería que dijese que sí. Por pura curiosidad. Aunque dijese que sí, no me llevaría a la cama al perro pastor. Seguramente sería menor aún. Muy menor.
Dougie alzó la vista hacia mí, puso los ojos en blanco y bufó.
-Estás perdiendo facultades, Jones –me dijo-. Claro que no.
Y se alejó de mí.
Torcí el gesto.
Cuando volví a prestar atención a mi alrededor, un destello de plástico me cegó un momento, y cuando enfoqué la vista tenía unos ojos castaños fijos en mí. Una sonrisa tranquila y amplia. Su CD tendido hacia mí en una mano, el rotulador negro en la otra.
Y la miré, perdido. Ella alzó una ceja, aún sin decir nada y con esa sonrisa a medias. No era excesivamente guapa. Apenas si lo era. Pero tampoco era nada fea. Era mona. Era pequeña. Le sacaba como dos cabezas.
-¡Hey! –dijo entonces, por todo saludo.
Alzó la cabeza.
-Hey… –saludé también.
Estaba pensando en esto mientras pasaba la plancha del pelo por el borde de mi camisa para que quedase recta y dura. Ya me había preparado por completo para el concierto de aquella noche y esperaba sin mucha paciencia cómo los demás acababan de darse retoques en el espejo del fondo de la sala. Habían pasado siete años, pero en esa ciudad siempre utilizábamos el mismo recinto, y los meets siempre se hacían en la misma sala. Un poco más y seguía el mismo cartón de publicidad que utilizábamos para fondo de fotos. Yo aproveché también para darme un último vistazo al espejo.
Tampoco había cambiado tanto. Y eso que a veces era incapaz de reconocerme a mí mismo en una foto antigua. Pero aquel día no estaba mal. Otra vez volví a sentirme bien con mi imagen. Creo que era por la iluminación de la habitación o algo parecido. Pensé en desabrocharme otro botón más de la camisa, pero cuando fui a hacer el movimiento crucé miradas con Tom y negó con la cabeza. Dejé el botón en su sitio.
Adivina las notas de qué vals tocaba la puerta al abrirse.
Por lo menos aquella vez los meets eran diferentes. No eran ganados en concursos, sino los que nosotros mismos habíamos puesto en circulación a través de nuestra web. Así que algunos de ellos eran de lo más agradable. Las chicas (¡y a veces hasta chicos!) que venían habían tenido tiempo de sobra para asimilar que nos iban a ver, venían con preguntas y conversaciones preparadas. Guay. Todo genial.
Me acerqué a Dougie. Fui a abrir la boca para recordarle la broma de aquellos tiempos, pero él se giró por completo para atender a un par de fans, y yo retrocedí. Tampoco entendía cómo en el último año habían cambiado tanto las cosas con respecto a mí y a los chicos. Como si fuéramos demasiado nosotros mismos como para actuar como nosotros mismos. Yo me entendía. Claramente Dougie ya no era el chico de dieciséis años al que las chicas le quedaban demasiado grandes. El juego ya no tenía gracia. Si yo ahora me acostaba con alguna chica de las que él había fichado, habría una gran bronca después. Y esa bronca incluiría a todos. Las cosas ya no eran tan fáciles. Además, era eso. Sólo una broma. Yo era feliz con Georgia. Georgia era la mujer más perfecta del mundo, y no sólo porque lo dijese un estúpido concurso de belleza. Porque el concurso era de eso, belleza, pero no hablaba para nada de cómo era por dentro. El concurso no la premiaba por cómo respiraba, o por cómo fruncía los labios antes de hacerme un regalo, ni por cómo ladeaba la cabeza al intentar descifrar una receta de cocina. Ni siquiera por cómo besaba o cómo te rodeaba con sus brazos a la hora de dormir. Ni por cómo deslizaba los dedos por tu pelo.
Me parecía ridículo que sólo hubiese ganado por su belleza, con todos esos detalles siendo completamente ignorados.
En ese momento, volviendo a la realidad, tuve un potentísimo déjà vu. Varios reflejos de plástico de CD me atacaron los ojos, y yo pestañeé con fuerza. Una baraja de discos brillaba en las manos femeninas de alguien, y un rotulador negro completaba el conjunto.
Alcé la vista.
Ojos castaños. Peinado algo más cuidado pero igualmente suelto y por defecto. Sonrisa amplia y ladeaba, de perro pastor echado hacia delante, siempre dos pasos más rápido que el receptor.
Ella.
Abrí ligeramente la boca, más sorprendido por haberme acordado de ella que por el hecho de tenerla en frente, siete años después. Ella alzó una ceja, movimiento exacto que por entonces. La miré de arriba a abajo. Vaqueros pitillos ajustados, playeras de colores brillantes, camiseta algo más pegada y escotada, y chaleco de vestir.
Tomé los CDs y el rotulador sin apenas darme cuenta. Continué mirándola.
-Hey –dijo.
-Hey –contesté, despertando del shock y comenzando a sonreír.
Ella me devolvió la sonrisa ampliamente.
Se me hacía extraño. En realidad no podía hacer mucho de lo que hacía normalmente. Ella sólo sonreía, mientras se terminaba la hamburguesa del McDonalds a la que le había invitado. Tenía mucho más dinero para invitarla al restaurante más caro de la ciudad, pero había sentido que eso habría estado fuera de lugar. Incluso aunque después del concierto yo me había duchado y arreglado un poco más, seguíamos siendo dos chavales vestidos con playeras y vaqueros.
También había pensado en llevarle a alguna discoteca, como a las otras. Es más, cuando le había firmado el disco y me había inclinado para sugerirle que se pasase por Fabric después del concierto, ella sólo se había reído y había dicho “¿Y con qué carné, Einstein?”.
Que os jodan a todos, menores de edad. Que os jodan a todos. A Dougie el primero, por decirme que no era ella, el primerísimo de todos. Y después a ella, por no darse prisa en crecer, y por hacerme pensar a la velocidad de la luz dónde llevarla después.
Ni siquiera sabía qué hacía allí. Dougie me había dicho que no. Y sin embargo había continuado el plan como si así lo hubiera hecho.
Serían como las tres de la mañana. Miré el reloj. 2:54. Y ella seguía sin terminar una hamburguesa que le había comprado en los últimos minutos del restaurante de comida basura, hacía casi una hora.
¿Y sabéis lo peor?
No tenía ni idea de cómo se llamaba.
¿Lo arreglamos más?
Yo estaba sentado en un banco de parque, normal, mientras la espalda de ella estaba pegada al apoyabrazos y sus piernas descansaban sobre las mías. Apenas habíamos hablado desde que había salido por la parte trasera y me la había encontrado allí, tal y como le había pedido que hiciese. Me giré para mirarla.
-Entonces… ¿qué te ha parecido el concierto?
Se encogió de hombros, se comió el último trozo de hamburguesa, y alzó la vista hacia mí mientras masticaba. Yo esperé en silencio también.
-Me gusta That Girl –dijo simplemente.
-Oh.
Ella sonrió.
-Vuestro directo es genial. Bueno, supuestamente sois pop, pero en el escenario sonáis mucho más rock. Supongo que es porque no hay efectos –volvió a encogerse de hombros-. Me gusta. Os volvéis locos allí arriba.
Sonreí también. Un halago.
-¿En qué fila estabas?
Ella estrechó los ojos un momento para pensar.
-Creo que… quinta, o así. No. Sí. Sí, quinta.
Silencio.
-¿Has venido sola?
-No. He venido con un par de amigas.
-¿Y dónde están?
-Supongo que haciendo rondas por discotecas, a ver si se topan con alguno de vosotros.
Rió, y yo acabé riendo con ella. Sin darme apenas cuenta me giré hacia ella para mirarla mejor. Ella no se movió.
-Oye… –comencé-. Me da cosa no haberte preguntado tu nombre antes. Ni siquiera para la firma. Normalmente lo hago, pero…
Ella movió la mano, quitando importancia al asunto.
-Ollie.
-¿Te llamas Ollie? –pregunté, extrañado.
-Es un mote –rió.
-¿Y de donde viene?
Volvió a reír. Tenía una risa baja y aguda a la vez, a trompicones. La película en la que salía su mote salió al año siguiente, pero eso era otra historia.
Me la quedé mirando. En realidad, no encajábamos. Éramos demasiado parecidos, quizá. Demasiado ligeros. Pero por eso mismo aquella noche era perfecta, en su sentido figurado de permanencia. Ella me comprendía aún sin haber dicho una palabra. Me entendía perfectamente, porque ella también lo sentía. No era el tipo de chica de la que me enamoraría. No era el tipo de chico del que se enamoraría. Yo no buscaba relaciones a distancia. Ella no quería tener nada que ver con una fama adaptada al título de “novia de”. Así que estaba bien si sólo nos mirábamos por ese tiempo y dejábamos de ser nosotros mismos para ser el otro. Por una sola noche.
Puse mi mano sobre una de sus rodillas, y me incliné hacia ella. Oí cómo su respiración se cortaba de golpe mientras yo apoyaba mi frente en la suya. Cerré los ojos. Sentí cómo Ollie los cerraba también. No sabía para quién de los dos iba a ser aquello más especial. Muy pocas veces te encontrabas a ti mismo escondido en el interior de otra persona. Quizá sólo una. Quizá sólo aquella vez. Y aquello iba más allá de la música.
Sentí cómo las manos de Ollie tomaban mi rostro, y me separé unos milímetros de ella. La miré a los ojos. Los ojos oscuros que chocaron contra los míos, atacados por la tenue luz de la farola que nos custodiaba, unos cuantos metros más allá.
Y simplemente la besé.
Ojalá nos hubiéramos enamorado.
-No pensaba que aún siguieses el grupo.
Ella se encogió de hombros. Nos dirigíamos sin siquiera planearlo al banco del parque de siete años atrás, pero aquella vez sin comida basura de por medio. Paseábamos tranquilamente por las calles neblinosas, dejando escapar el frío vaho por nuestras bocas.
-Claro –contestó Ollie-. Me gustaba vuestra música.
Eso decía muchas más cosas. Sinceramente.
-Aunque el último… –hizo una mueca-. Os lo perdono porque no dejáis de ser vosotros, pero…
-Lo sé –le corté-. Ya nos lo han dicho más veces.
Rió. Otra vez esa risa. A trozos. Como si se le olvidase cómo se reía a cada segundo y al siguiente se acordase de nuevo. Era una risa realmente molesta. Quizá tanto como la mía, cada una a su manera.
-Pues eso mismo –zanjó.
Nos quedamos quietos, petrificados, a menos de diez centímetros del banco. Yo tenía las manos metidas en los bolsillos, y a Ollie le oía juguetear con, quizá, las llaves de su casa.
Suspiré, y procedí a sentarme en el banco. Puede que hasta eligiese el mismo centímetro. Ella se sentó bien, a mi lado, de forma normal, los pies en el suelo. Seguía el silencio.
Silencio. Silencio. Y, en realidad, quería que fuese lo contrario. Quería hablar con ella, preguntarle qué había pasado con su vida, qué estudiaba, qué trabajaba, dónde, cuánto, cuándo. Todo. Porque no tendría sentido que ella me preguntase a mí. Ya sabría las respuestas.
También quería decirle lo otro. Aquello por lo que no hacía falta que ella hablase. Simplemente, debía hacerlo. Aunque no significase nada ya. Aunque no fuese a cambiar nada ya.
Ollie giró la cabeza para mirarme cuando suspiré, y agachó la cabeza para hacer contacto visual conmigo. Yo imité su gesto y la miré a los ojos. Otra vez esa sensación extraña. Otra vez abriendo con sus pupilas cada poro de mi piel, entrando a través de ella, quedándose dentro.
No entendía nada. Era como si todo se hubiese bloqueado, como si todo se hubiese quebrado de pronto. Casi igual que mirar a través de un cristal nublado por la humedad. No sabía qué se suponía que debía hacer ahora. Nada.
Vi cómo sonreía. Una sonrisa tenue, corta, apenas visible. Ladeó la cabeza y bajó un poco más hasta mí.
Antes de que me diese cuenta, sus brazos me rodeaban cálidamente y hundía su rostro en mi cuello. Casi me sorprendí aún más cuando mi propio cuerpo actuó solo, devolviéndole el gesto, mis manos sobrevolando su espalda, contando cada una de sus vértebras marcadas contra la piel y la tela. Hacía mucho que nadie pasaba sus dedos por entre mi pelo de aquella forma, casi con cuidado de no dañarme. Sentí un escalofrío.
Luego me separé unos centímetros de ella. Podría ver cada cambio ínfimo de su piel en mi distancia. Tragué saliva.
-¿Qué… qué tal todo, Ollie?
Ella rió por lo bajo.
-Bien, supongo –contestó en el mismo tono.
No me atrevía a soltarla. Se rompería. Me rompería si dejaba de tocar su piel por un solo segundo. Y pedazos de nuestros cuerpos de cristal reflejarían la luz de la misma farola, siete años después.
Me mordí el labio inferior.
-Te llamé –susurré.
Podía ver su sonrisa temblar un momento antes de mantenerse en su sitio.
-Lo sé.
Me separé y la miré a los ojos.
-No, no puedes saberlo –negué con la cabeza-. Número oculto, ¿sabes?
Ella rió alto. Seguro que ella también pensaba que se rompería si me soltaba.
-No hace falta ser muy listo para reconocer las voces de los otros de fondo…
Pestañeé.
-Oh.
Silencio.
-Y si sabías que era yo, ¿por qué no me hablaste? –pregunté.
-¿Y tú? –contraatacó- Si me llamaste tú, ¿por qué no hablabas?
Ojos. Dos botones oscuros sobre un remolino de caramelo. Así eran sus iris. Cerré los míos. No sabía contestar. No sabíamos contestar.
La urgencia cosquilleaba en la punta de mis labios, pero por mucho que miraba, no encajaba. El pensamiento partido entre besarla y apartarme de ella. De apretarle contra mi pecho fuertemente y salir corriendo. De todo y nada.
Me incliné hacia ella. Mis labios a menos de tres centímetros de los suyos.
Y el mundo se rompe.
Todo se cae a pedazos.
Porque soy incapaz de destrozar esa distancia. Inútil. Mis engranajes no se mueven.
Me pasé la lengua por los labios.
-No puedo hacerlo –dije, y expulsé todo el aire que había estado reteniendo de puro estrés entre mis dientes. No quise mirarle.
-Yo tampoco –susurró jovialmente.
Cerró los ojos y apoyó la frente en mi mejilla, con sus manos aún en mi pelo.
Nos quedamos así un rato, en silencio. Ella subió de nuevo las piernas sobre las mías, mismo momento exacto, que alguien me mate si no era casi la misma fecha. Como un bucle infinito roto por los sentimientos no esperados.
-Estoy enamorado –le dije-. Enamorado de verdad.
Sabía que ella estaba sonriendo aún sin poder verle la cara.
-Ya. Ella es preciosa.
Nada de rencor. Nada de dolor. Estábamos tranquilos allí, en la noche, tocándonos y sabiendo el uno del otro. Creo que nunca seré capaz de superar ninguno de los dos momentos.
-Tú sabías que esto pasaría.
-Ahá.
-¿Y por qué te has quedado? ¿Por qué me has esperado?
Los huesos de su espalda chascaron cuando se separó. Sonrisa irónica, perro guía, perro alfa. Lo sabía todo.
-¿Y tú? También lo sabías. ¿Por qué me lo has pedido?
Tocado y hundido.
El perro me había mordido, me había salido del camino. Había intentado escapar de mi lugar y me había vuelto a llegar al centro con un mordisco. Como la vez anterior, empujándome de nuevo a mi vida. Enredé mis manos en su pelo. No tenía ni idea de quién era ella, pero ya era más importante que cualquier vuelo por coger a última hora.
Pasaron alrededor de tres años en el banco, mientras la madrugada barría con su brisa fresca las hojas rotas en el suelo, la farola nos vigilaba con impaciencia y el Sol pugnaba por salir. No más palabras, no más preguntas.
Cuando la mañana había avanzado lo suficiente como para clarear el suelo y crear sombras, me volví para mirarla. Respiración tranquila en su pecho y sus ojos cerrados. ¿Cuánto tiempo llevaba dormida apoyada en mi hombro? Tampoco quería saberlo.
Me moví un poco.
Despertó.
Y abrió los ojos. Y sus pupilas temblaron un momento antes de enfocarme y sonreír. No era una sonrisa alegre. No parecía ser siquiera una sonrisa. Besé su frente.
-Hey –dijo. Como siempre.
-Hey –respondí. Como siempre.
Desvió la vista.
-Voy a tener que marcharme.
-Sí, yo también.
Nos levantamos a la vez, desenredando nuestros cuerpos. Me sentí extraño. Mi cuerpo se sentía raro sin el calor adicional de Ollie. Aún así, no volví a tocarla. Ya no podía hacerlo. La noche había acabado. La hora se había pasado.
Ella retrocedió un paso, con la vista en el suelo.
-Bueno… –comenzó-. Yo me voy por aquí.
Yo iba por el lado inverso. No se acompaña a las damas que quieren estar solas. Y cómo habíamos cambiado. Al fin y al cabo, la inocencia y la adolescencia no sólo terminan en las mismas sílabas. También ambas acababan por desaparecer.
Como nosotros. Nosotros teníamos que desaparecer.
Por otros siete años, quizá.
No le miré más. No me miró más.
-Hasta el próximo “hey” –me despedí.
Rió. Ya no la veía. Comenzando a andar hacia el lado contrario.
-Hasta la próxima.
Bufé por lo bajo, mientras oía sus pasos como un eco de los míos.
Quedaban 2.492 días.
~~~ ~~~ ~~~
Y eso... >w<
0 comentarios:
Publicar un comentario