Autor: Yo xD
Género/Pairing: Romance. Angst. Danny/Chica Random.
Argumento: Creo que ya ha llegado la hora de volver. Dos años es mucho tiempo.
MEMORY LANE.
Memory Lane. Son dos simples palabras que se refieren a los recuerdos de tu vida anterior. También es cualquier situación que te haga fundirte en la nostalgia. Como sea, todo gira alrededor del pasado.
Él es pasado. Pasado borroso, pasado de nubes.
Pero… Memory Lane.
A él nunca le podrá ver nadie. Nadie verá dentro de él como yo. Y, si nadie le ve, nadie podrá tenerle. Es lluvia.
Ese es el único recuerdo que conservo.
Luego vino El Golpe.
El Sol brillaba con fuerza como hacía meses que no le veía hacerlo. Los rayos se clavaban en cada centímetro de cemento gris, aún húmedo por la lluvia del día anterior. El aire olía a humedad, pero el Sol se mantenía en su lugar, como un guía del que todo el mundo dudase.
Acababa de salir de la estación, y llevaba una mochila raída al hombro, con las correas medio deshechas por el tirar de los años y el broche del bolsillo principal roto. Una fuente con una extraña estructura de metal presidía la plaza a la que daba la estación, y yo la observé mientras cruzaba la plaza y empezaba a callejear por las avenidas del pueblo, cubiertas de aquel sol mañanero.
Tenía la dirección escrita en un papel arrugado y amarillo, carcomido por los bordes y medio podrido de tanto doblarlo y desdoblarlo. No sabía cuántas veces lo había releído, o por cuánto tiempo había estado metido en mi cartera, antes de que reuniese el suficiente valor para volver.
Recordaba que solíamos coger el tres de las siete y media para ir a la costa, y el de las cinco y media para volver. Siempre cogíamos la mitad de las horas. Era como un ritual, algo mágico. Por eso había cogido el autobús que me dejaba allí a en punto. Nunca olvidaré que tardaba exactamente media hora andando hacia nuestras casas contiguas, pisos de verano encajados en una urbanización de edificaciones completamente clónicas.
Había probado a llamar primero a su móvil, pero nadie había contestado. Pensé que era normal, que dos años al fin y al cabo era mucho tiempo. También me sentí traicionado. Y solo. Pero eso no se lo dije a nadie. “Bueno, ya era hora de que alguna chica pasase de ti” fue el único comentario que recibí. Las promesas eran promesas, y ellas las valoraba aun por encima de sí misma.
O eso había sido así hacía dos años.
Ella había cubierto mis ojos con sus manos, un paso anterior a la puerta del vagón del tren que me llevaba a la capital, con la funda de la guitarra entre mi espalda y su torso.
-No vuelvas hasta que oiga tu nombre en la radio.
Eso había dicho, susurrado en mi oído. No vuelvas hasta que suene tu nombre en la radio. En realidad había tardado mucho más en volver. Quizá por miedo. Quizá porque estaba demasiado ocupado. Pero era agosto, el calor fluía, el aire era bueno, el pueblo estaba casi desierto y en dos días comenzaríamos a grabar las canciones que ya llevábamos de nuestro segundo disco. Debería haber vuelto mucho más antes.
Recuerdo que me tomé esa frase como un juego. Sabía que no me iban a coger, así que le dije que estaría allí en un abrir y cerrar de ojos.
Ella me dijo que nunca volvería.
Yo me reí, y le dije que no mintiese.
El último pitido, y las puertas del vagón se abrieron justo ante mí. Un paso, y sus manos me permitieron ver de nuevo. Me di la vuelta y la miré, ceja alzada con escepticismo y sonrisa irónica. Yo le sonreí también. Mentirosos natos.
Luego le di un beso. El primero y el último, y me metí en el vagón.
Cuando miré a través de la ventana, ella ya no estaba.
Esa misma tarde conocí a Tom.
Miré el reloj. Y veintisiete. Mis pies se habían detenido al comienzo de la calle, y desde allí podía ver la esquina de su jardín. Releí la dirección y luego la placa azul en la primera casa de la urbanización. Sí. No había posibilidad de equivocación.
Eché a andar, aparentando una tranquilidad que no sentía y canturreando por lo bajo para modelar la voz y los nervios. Mis hombros se movían solos a un ritmo que yo no conocía para mentirme a mí mismo.
La casa seguía como siempre. Clavé los ojos, casi asustado, en el cristal que se suponía que pertenecía a su habitación, y vi cosas pegadas en él, como rectángulos de papel de colores o formas transparentes también de colores, como gelatinosas. Suspiré. Tenía el timbre a dos centímetros, la mano apoyada en la verja que rodeaba el jardín. Y no era capaz de hacerlo.
-¿Perdona?
La voz que se incrustó en mi columna y me hizo girarme bajo su dictado, rígido, casi asustado.
Y allí estaba.
-¿Buscas a alguien?
No podía decir que seguía exactamente igual. Yo tampoco era igual. A lo mejor no me reconocería, aunque sus ojos de gato estaban fijos en mí. Me quedé un momento más quieto, dejando que sus pupilas resbalasen por mis rasgos, que me reconociese, que supiese quién era. Que mezclase mi imagen con el nombre en la radio. Y yo me habitué de nuevo a cada facción redonda y suave de su rostro, la ceja alzada de nuevo, la coleta hecha de cualquier manera y los mechones pelirrojos sueltos sobre sus ojos. Llevaba una blusa de verano de manga corta, y una falda hasta las rodillas de ligeras tablas floreadas. Delicada. Bonita.
-¿Y bien? –volvió a decir, dudosa.
Pestañeé. Venga, no había cambiado tanto. Reí, incrédulo.
-¿Canda? –pregunté, temiendo que mi memoria me hubiese fallado y que no fuese ella, aunque sus ojos no me mentían nunca.
Ella ladeó la cabeza.
-Candace, sí… ¿quién eres?
Hielo. Estatua de hielo, y una gota por mi columna vertebral como peligro de derretimiento. ¿Qué quién era? Bueno. Vale. A lo mejor dos años eran demasiado. A lo mejor otros dos anteriores de amistad tampoco eran demasiado.
Probé con ir poco a poco.
-Esto… soy Danny.
Ella rió de una manera extraña, cerrando los ojos y volviéndome a mirar intensamente otra vez.
-Bueno, en realidad sé que eres Danny.
Sentí alivio durante sólo un segundo. Lo que tardé en comprender que ese Danny no era su forma de pronunciar mi nombre. No estaba ese tono de confianza. Nada del verano en las cinco letras. Sólo frío. Con la misma candencia con la que lo entonaban todas las personas que no me conocían. Danny. Danny Jones. Fans, entrevistadores, fotógrafos, profesores de canto y guitarra. Danny Jones. No sólo “Danny”.
-Pero, ¿qué haces aquí?
Lo único que pude hacer fue tenderle el trozo de papel con su dirección, escrito con su propia letra. Ella lo miró un momento, perdida.
-¿Dónde has encontrado esto?
Avancé un par de pasos hacia ella, mientras Canda observaba el papel por todos los lados.
-Me lo diste tú –le dije-. Yo sabía que se me olvidaría, y tú me lo apuntaste.
Canda me miró directamente a los ojos, con una sonrisita torcida y amable. Me devolvió el papel, y yo volví a doblarle por quién sabe qué vez.
-Creo que te has equivocado. Lo siento. Además, yo no escribo mi nombre con K.
-Antes lo hacías…
-¿Antes cuándo?
Aquello me estaba doliendo. Doliendo de verdad. Como grillos raspando sus notas en el interior de cada vena de mi cuerpo. Lombrices removiéndose para escapar de la incomodidad. Y un hormigueo en las mejillas, podía sentir la sangre huyendo de mi rostro, quedándome pálido del simple miedo.
-Pues… hace dos años… –no sabía cómo seguir-. Éramos amigos, y… no sé, íbamos a la playa y yo llevaba mi guitarra y tú me oías… ¿qué más? Bueno, yo era bastante más feo por aquella época. Tampoco es que haya mejorado mucho, pero…
Entonces, ella alzó la mano para cortarme. Su expresión se había transformado, y ya no quedaba cortesía en ella. Tampoco enfado o hastío. Era dolor. Dolor. ¿Por qué dolor?
-¿Te conocía antes del 23 de Junio del 2003?
Pestañeé, confuso.
-Claro… y desde mucho antes.
Canda cerró los ojos lentamente, como quien está a punto de quedarse dormido. Tomó aire largamente mientras se cruzaba de brazos, algo tensa. Creí ver algo de humedad entre sus pestañas. Y el brillo de sus ojos al abrirse y mirarme, los labios fruncidos. Y yo estaba completamente perdido.
-Así que tú eres parte de mi vida anterior…
Silencio. Continuamos quietos.
-¿Cómo?
Canda desvió la vista e intentó rodearme, pero la paré, aferrando su muñeca con mi mano. Unos segundos mirando ese contacto entre nosotros, el primero en todo aquel tiempo. Me estremecí.
-¿Qué pasa? –pregunté-. ¿Qué ha pasado?
Ella se giró hacia mí. Estaba pálida y respiraba agitadamente, estresada. Comenzaba a pegarme su nerviosismo y casi temblaba.
-¿Qué es Memory Lane?
La miré a los ojos. A los ojos castaños. Memory Lane. Que qué era Memory Lane. Pues Memory Lane era Memory Lane. ¿Por qué no se acordaba? ¿Por qué no me quería recordar a mí?
-Memory Lane –repetí, y Canda asintió, aferrando ahora mi mano con fuerza-. Memory Lane es el muelle, claro.
Y entonces ella rompió a llorar.
Era algo surrealista. El Sol estaba rompiendo contra nosotros, y teníamos las manos entrelazadas fuertemente. Ella lloraba en silencio y yo la miraba, perdido. Quería hacer algo. Quería abrazarle. Quería tomar su otra mano, quería besarle la sien. Pero no podía hacer nada más que quedarme mirando, como una estatua.
-Eres la lluvia, ¿no?
Sonreí trémulamente.
-Bueno, eso decías tú. ¿Ya te acuerdas de mí?
-No.
Latido desacompasado. Mi sonrisa desapareció de pronto.
-Oh.
-No es… no te he olvidado a propósito.
Me incliné un poco hacia ella hasta que sus ojos hicieron contacto con los míos. Vi cómo se limpiaba las lágrimas, como si sintiese vergüenza por ellas. No entendía nada.
-Cuéntame más –me pidió-. Del muelle.
Había tanto vacío y ansiedad en su voz que obedecí al instante, sin pensarlo.
-Lo llamábamos Memory Lane. Íbamos allí sólo los domingos a las cinco, cuando atardecía. A veces llevábamos a Johan o a Lindsay con nosotros, pero no lo entendían. Allí sólo hablábamos del futuro y del pasado. Sólo de lo que queríamos hacer y de lo que habíamos hecho.
-Y de otras vidas.
Volví a sonreír, apretando su mano.
-Y de otras vidas. Memory Lane es como se le llama a los recuerdos de una vida anterior. Por eso lo llamábamos así. ¿Te acuerdas?
-No –volvió a decir.
Bufé:
-A ver, no te puedes no acordar. Tampoco ha pasado tanto tiempo y me estás diciendo cosas de entonces. No me mientras, Canda.
Ella torció el gesto.
-No me acuerdo porque mi cerebro no es capaz de recuperar absolutamente nada antes del 23 de Junio.
Soltó mi mano bruscamente.
-¿Cómo? –mi voz un hilo.
Ella se llevó la mano a algún lugar bajo un par de mechones cobrizos. Pestañeé.
-En realidad fue culpa mía –dijo-. No miré antes de cruzar.
-No.
Alzó la vista hacia mí.
-Tuve que volver a aprenderlo todo. Cómo hablar, cómo relacionarme. Quién era. No ha vuelto nada de antes de eso. Es otra vida. No existe.
-No.
Pupilas encontradas. Recuerdos que sólo permanecían desde un punto de vista, flotando en un lago de pensamientos difusos, agua de estanque que jamás caería sobre ella. Nunca volvería a llover.
-Lo siento.
Silencio.
-Entonces… ¿cómo sabes eso, Canda? Lo de antes…
Canda se encogió de hombros.
-Bueno, encontré una carta en la que se despedía de alguien y hablaba de eso, de Memory Lane y de la lluvia. Supongo que ella quería habértela dado.
-¿Ella?
Canda me miró directamente a los ojos.
-Ella ya no soy yo. Estoy intentando reunir todos los pedazos de su vida para que al menos sea recordada.
Asentí, aún sin comprenderlo del todo. O quizá era que, simplemente, no lo aceptaba. Se soltó de mi mano y de pronto me sentí vacío. Me faltaba una parte muy importante. A ella le faltaba todo. Ella ni siquiera existía ya. Estuve mirándola fijamente un rato, y ella a mí, al fondo de mis ojos, intentando recuperar las imágenes de meses pasados envueltos en arena y sal. Pero estaba bien así. Por lo menos Candace no había sentido la distancia, ni el tiempo.
Entonces, había sido verdad que no había nadie esperándome, al fin y al cabo.
-¿Puedes esperar un momento aquí? –me pidió.
Y sin decir nada más, abrió la verja, cruzó el sendero de piedras blancas de jardín y entró en la casa de ladrillos oscuros. Yo esperé, obediente, sin pensar en nada. Tan rápido como que no estaba y de pronto estaba allí otra vez.
-¿Danny? –probó, y yo desperté para ella.
-Dime.
Me tendió un trozo de papel cuarteado de color azulado. Estaba doblado en piezas pequeñas, y en la cara principal había líneas diagonales e intermitentes dibujadas. La miré.
-Bueno, no sé dibujar muy bien. Se supone que eso era lluvia. Pero no sé qué es la raya horizontal de abajo.
-Arena –contesté inmediatamente.
-¿Por qué?
No contesté. Canda comprendió.
-Supongo que a la otra Canda se le olvidó dártela.
Cerré la mano alrededor del papel, y asentí. Retrocedí un paso para comenzar a alejarme, y luego volví a quedarme quieto. Se supone que era yo quien debía ser fuerte. Ella me sonrió tenuemente. Podía ver aún las esferas de lágrimas pasadas en sus pestañas.
-¿Qué tal si te doy mi e-mail y te mantengo informado de lo que voy recordando?
-¿Podrías hacer eso?
-Claro.
Me quedé en silencio. Apreté la mano en la carta de la arena.
-No –le sonreí.
Ella pestañeó y frunció el ceño.
-Esa Canda ya vivió su vida. Y la vivió bien. Ahora concéntrate tú en vivir la tuya, no dependas de lo que quieras recordar.
Me sonrió. Yo le devolví la sonrisa también. Retrocedí otro paso.
-Bueno, entonces no tengo nada más que hacer aquí. Me voy. Encantado de verte otra vez… O, no. Encantado de conocerte, Canda.
Silencio, le di la espalda y eché a andar por la calle de la urbanización. Oí unos pasos, y ella estaba a mi lado.
-¿Puedo acompañarte a la estación?
-Claro.
Anduvimos juntos, sin hablar. Luego comentamos el tiempo. Luego comentamos sus estudios. Mi arena siempre había querido hacer algo relacionado con las mentes, psicología, psiquiatría. Esta Canda quería trabajar en una editorial, tener una librería, escribir. Al fin y al cabo, mentes también. Hablamos de mi grupo. De mis nuevos amigos. De mi voz. Le hablé mucho de Tom.
Y, de pronto, ya estábamos allí. Me dolían los ojos de pestañear para salvar las lágrimas, y el Sol golpeaba de frente, justo como aquel día. Miré la hora. Y veintisiete de nuevo. Justo como aquel día. Exacto. Me volví para mirarla, sus ojos fijos en el Sol.
-¿Crees que podríamos ser amigos? ¿Otra vez? –preguntó ella.
-Quién sabe. ¿Quieres que lo seamos?
No me miró.
-Claro. ¿Por qué no?
El pitido anunció la llegada del tren, y yo avancé un paso mientras éste nos pasaba por delante y levantaba una ráfaga de aire sucio ante nosotros.
Entonces, su calidez contra mi espalda y sus manos en mis ojos. La luz cegada. El déjà vu. Y su voz cosquilleando en mi oído.
-Cuida mis recuerdos.
Me volví hacia ella, apartando sus manos con las mías.
-¿Te acuerdas?
-¿De qué?
Al menos lo había intentado.
-Estaré de vuelta en un abrir y cerrar de ojos –le dije.
Me miró, con un bufido de escepticismo.
-No vas a volver.
Palabras exactas. El corazón que se dejaba caer entre las costillas, deshaciéndose capa a capa. Me reí, porque eso era lo que recordaba que había hecho.
-No mientas.
Las puertas del vagón se abrieron, la gente entraba a empellones a coger el tren de y media, y yo la miré por última vez. Sonreímos.
Entonces le di un beso.
Y luego entré en el vagón, las puertas casi apresando mi espalda al cerrarse. Me quedé un momento quieto y luego me giré para buscarla con la mirada. Como la vez anterior, ella ya no estaba. Comenzó el recorrido, veía pasar el pueblo a gran velocidad a través de los cristales, y luego el Sol colándose entre unos árboles de las afueras. Luego llano. Y vías. Y cables. Y cielo ajado aquí y allá por alguna nube.
Me di cuenta en ese momento que aún apretaba fuertemente el trozo de papel en mi mano derecha. Lo miré durante un largo rato, y luego lo abrí con cuidado. Eso era lo único que quedaba. Lo único que se correspondía con mi cerebro.
Leí cada línea con cuidado. La leí varias veces.
Sonreí.
Guardé la carta en el bolsillo trasero de mi pantalón. Miré el reloj, y aún quedaba mucho, muchísimo, de viaje. Suspiré. Saqué el mp3 de la mochila, un cuaderno lleno de letras de canciones a medio componer y un bolígrafo.
Me puse los cascos. Música, maestro.
Y comencé a escribir.
Memory Lane.
We're here again, back to the days
and I'll remember you always.
So much has changed.
Now it feels like yesterday I went away.
We're here again, back to the days
and I'll remember you always.
So much has changed.
Now it feels like yesterday I went away.
~~~ ~~~ ~~~
PD: ¿A esto se le considera song fic o no? XDU
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