Autor: LunnVic (D8)
Género/Pairing: Romance/Drama(?)/Whatever . Flones [Fletcher/Jones]. Ah, por cierto. Hay algo de violencia y tal... por si acaso aviso... ehm... +13 o +15, supongo XD
Argumento: Algo diferente está pasando desde hace algún tiempo, y Danny no sabe cómo controlarlo, porque tampoco quiere hacerlo. Pero cuando eso se empieza a descontrolar, comienza a hacer daño. Literalmente.
KISSOPHOBIC.
Sonreí a Harry mientras él se despedía con un simple gesto de la mano.
Luego seguí sonriendo a Dougie, quien tenía agarrada en su mano derecha la esquina de la camiseta de Harry. Se fueron juntos.
Yo me quedé sentado con la guitarra entre mis manos. Bajé la vista cuando el portazo resonó en la habitación, y encontré mis ojos en el reflejo de la madera lacada del instrumento, tres tonos más oscuros que en la realidad.
Pellizqué una de las cuerdas.
El correr del agua seguía sonando en la habitación de al lado.
Otra cuerda.
El chirrido de una llave de ducha girándose.
Otra cuerda.
El agua saliendo más fuerte.
Suspiré. Habíamos tenido un buen concierto aquella noche, aunque mi garganta me estaba matando y la sequedad se me agarraba a la faringe como una garrapata. Intenté aclarar la voz, pero el aire raspó y me dolió aún más. Sería mejor no hablar mucho aquella noche. Tomé un trago de la cerveza que tenía delante de mí, dejando que las burbujas doradas y frías calmasen mi garganta.
Pulsé una cuerda. Notas. Quizá eso podría ser una melodía nueva para el próximo álbum. Me gustaba. Se la enseñaría a Tom.
Y hablando de Tom…
Allí estaba.
Alcé la cabeza en silencio para saludarle, mientras él acababa de ponerse una de sus típicas camisetas frikis. Me fijé. Ah, por supuesto. Darth Vader con gafas de sol rayadas. Amaba esa camiseta. Él, no yo. A mí me daba igual qué estupideces se comprase el chico.
-¿Qué haces?
Sonreí:
-Nada.
Y paré mis manos, recostadas sobre las cuerdas pero sin hacerlas vibrar ni un milímetro.
-¿Ya se han ido? Qué rápido, ¿no?
Asentí. No era que no quisiera contestarle, pero de verdad que no podía hacerlo. Le oí acercarse y apoyó sus brazos sobre el cabecero del sillón en el que estaba sentado. Me recosté y alcé la vista para mirarlo. Él estaba serio.
-¿Puedes repetir eso? Lo estaba escuchando desde dentro y me gusta.
Torcí el gesto. Me había distraído, y ahora dudaba de si podía recordar las notas. De poco en poco volví a probar las cuerdas y reencontrando la melodía. Cerré los ojos, sintiendo cómo Tom movía la cabeza siguiéndola también. Parecía que le gustaba de verdad. Lo sabía porque a mí me gustaba. Y lo sabía porque, en fin, lo sabía.
Cuando llevaba repetido varias veces el mismo ritmo, le oí suspirar. Demasiado educado para decirme que parara ya. Obedecí a la orden no dada, y me giré para mirarlo.
-¿Y bien? –susurré.
Giró la cabeza.
-¿De qué quieres que trate? –preguntó entonces.
Yo me encogí de hombros, y tomé de nuevo la cerveza. Seguimos en silencio unos cuantos minutos más.
-Me gusta –repitió.
Alcé la vista y sonreí tenuemente.
Entonces él se acercó a mí y me besó. Un beso corto, superficial. Roce. Se separó naturalmente y volvió al baño a por cualquier cosa. Yo me quedé de nuevo mirando el reflejo de mí mismo en la guitarra.
Hacía poco tiempo que aquello pasaba. Muy poco tiempo. Semanas. Quizá un mes. Yo sólo me movía de aquí para allá, hacía mi vida. Tom hacía la suya, juntos en el grupo. Y cuando me daba cuenta de que eran demasiadas cosas las que tenía que decir, o demasiadas pocas, simplemente él inclinaba la cabeza y me besaba. Yo nunca decía nada después. Él tampoco.
Era extraño. No me molestaba. Ni siquiera le había preguntado por ello. Tampoco lo hacíamos fuera del estudio o habitación de turno. Y me incluyo porque yo también le besaba. Al menos los tres últimos besos antes de aquel se los había dado yo. Eran bonitos, los besos. Aún no sabía si significaban lo mismo que un abrazo para Tom. O si significaban exactamente lo que todo el mundo pensaba. Besos, solución instantánea si sumamos dos personas y Amor.
Yo no sabía si sentía Amor por Tom. Pero había besos, y éramos dos. Yo sólo sabía que a veces le miraba, esperando que se acercase y lo hiciese de nuevo, pero no lo hacía. Y yo intentaba llamarle la atención con mis estupideces. Que se acerque. Que se acerque y me dé otro. Pero Tom sólo se reía conmigo y de mí. Así que nunca sabía por dónde saldría.
Dejé la guitarra a un lado y me levanté. No sabía muy bien hacia dónde me dirigía, pero acabé apoyado en el marco de la puerta del baño, observando cómo Tom se lavaba los dientes. Escupió. Se enjuagó con agua. Luego me miró a través del espejo.
-¿Qué pasa, Danny?
Quizá era una equivocación. A lo mejor no debería dar otro tan seguido del último. Pensé de más, no fui rápido y no le contesté. Tom alzó una ceja.
-Oye, en serio, ¿te pasa algo? Estás raro.
Una de las cosas que odiaba de Tom era que, cuando estaba pensando, siempre acaba diciendo “estás raro”. Como si realmente creyese que yo no pensaba, o algo así.
Evidentemente, no le contesté. Sólo avancé un paso. Dudé hasta que el espíritu verdadero de Danny Jones se apoderó de mis pies y completó el recorrido. Tom siguió mirándome con ese gesto de extrañamiento extremo.
Hazlo, Danny, decía el color castaño de sus ojos.
Tom era más alto que yo. Nunca había tenido que estirarme para besar a alguien. Y en los otros besos que le había dado él había estado sentado. No me sentía cómodo con esa nueva experiencia. Pero tenía que hacerlo. Tenía que hacerlo porque él me había besado y quería devolvérselo. También porque era alto, el más alto del grupo, el único con los ojos castaños de los cuatro, el que perfeccionaba todo, el que se preocupaba por nosotros y el que cantaba agudo. Bueno. Esas eran razones secundarias. Pero me bastaban.
Así que déjate de dar vueltas y bésale.
Y lo hice. Otra vez vuelta a la rutina. No te pases. Con delicadeza. No es una chica, no es una groupie cualquiera. No quiere que lo hagas fuerte e intenso para luego poder contárselo a sus amigas. Es Tom. Y Tom es dulce, inocente y bueno.
Me separé con una sonrisa, dispuesto a irme por donde había venido, orgulloso de mí mismo. No llegué a girar del todo, porque él me agarró de la muñeca y me paró.
-Oye…
La frase quedó inacabada entre sus labios. Ni siquiera supe porqué le volví a besar. Ni siquiera supe cuándo comenzó a devolverme el beso. Giré la muñeca hasta deshacerme de su agarre y entrelacé mis dedos con los suyos.
Se separó de mí bruscamente, y al partir la conexión entre nuestros labios sonó un fuerte chasquido.
Me miraba con los ojos muy abiertos, alarmado, y retrocedió unos milímetros. Sentí cómo su mano quería liberarse de la mía. Abrí los dedos para dejarle ir, pero al final no lo hizo. Silencio entre baldosas añiles de baño caro.
Sin decir nada aún, salimos del baño de la mano, como si lo hubiésemos acordado. Aquello empezaba a ser raro. Siguió siendo raro cuando volví a ser atraído hacia sus labios como si de un imán se tratase, sintiendo que a él le pasaba lo mismo y que no podía dejar de hacerlo. Ni siquiera un segundo. Para hablar. Para asentar los hechos. Ni siquiera sabía a quién le tocaba comenzar el beso a la próxima vez.
No sé cuando empecé a rebasar la frontera. A echarle los brazos al cuello y atraerle contra mí, profundizando los contactos y pegándome contra su cuerpo. Hicimos tope contra el respaldo del sillón, y sonó sordo al deslizarse unos cuantos centímetros por nuestro empuje.
No sé cuando mis manos rozaron el borde de la tela de su camiseta y se internaron bajo ella, ni cuando mis yemas tocaban cada vértebra de su columna, subiendo hasta sus homoplatos. Tampoco cuando sus labios quedaron olvidados y llegué hasta su cuello.
Ropa cayendo. Y era como el tic tac de un reloj durante tres cortos segundos. Ploff. Chaqueta. Crack. Cinturón. Ploff. Camiseta de Darth Vader.
Estrella. Estrella. Estrella. Lengua en el cielo estrellado, recorriendo la tinta escondida tras su piel. Sus manos enredadas en mi pelo. ¿Cuándo mi respiración había comenzado a agitarse?
Me alejé un momento. Y su pecho subía y bajaba rápidamente ante mis ojos. Y alcé la vista para mirarlo, sus ojos estaban entornados y perdidos en algún lugar del parqué. Me gustaba mirarle cuando él no me devolvía la vista. Clavó sus uñas en mi camiseta, y tiró de mí hasta alejarme. Le solté. Nos quedamos un momento quietos, él con ambas manos tras de sí, aferrado al respaldo del sofá, y yo frente a él, a no más de diez centímetros de distancia. No nos miramos.
Entonces él se giró, y con su propio cuerpo me hizo retroceder para poder andar. Le observé mientras recogía su camiseta del suelo lentamente y rodeaba el sillón para sentarse en él de forma resuelta. Respiré hondo. Él cogió mi cerveza y dio tres largos tragos. No sabía qué hacer. Él tampoco.
Hizo un intento de ponerse de nuevo la camiseta, pero pareció pensárselo mejor y volvió a beber. Mi cerveza casi entera de pronto estaba vacía. Yo continuaba de pie tras el sillón, viendo sólo su pelo y el comienzo de sus hombros.
Me sentí incómodo. Se volvió.
-¿Cuántas quedan? –preguntó, y agitó la lata en su mano.
-V-voy a ver…
Crucé la habitación en dos pasos y me arrodillé delante del minibar. Me vi en el reflejo de metal de la puerta. Yo al menos seguía vestido del todo. Sacudí la cabeza y abrí la nevera. Cervezas, refrescos y alcohol. Y e incluso cosas que ni siquiera sabía qué eran, pero eran líquido. Y, oh, también tabletas de chocolate. Todo lo que un hotel de cinco estrellas puede darte. Incluso tabletas de chocolate caro con trozos de avellana. Genial. Perfecto.
-Ehm… –comencé-. Bueno, hay de todo.
-Bien.
-Hay chocolate –comenté-. ¿Quieres chocolate?
Le oí suspirar. Le oí juguetear con la hebilla desabrochada de su cinturón. El tintineo me puso nervioso al instante.
-¿Crees que quiero chocolate?
-Supongo que no.
-No, claro.
Me mordí el labio.
-Hay cerveza. Y alcohol. Hay Coca-Cola, y naranja y limón… también hay fresa, pero no me fío… y también hay algo de un color azul que…
-Tráelo todo.
-¿Cómo?
Otra vez el tintineo. Escalofrío, y de pronto otra vez esa sensación de imán. Tirándome hacia él. Me agarré fuertemente a la puerta del minibar.
No me estaba mirando. No me estaba haciendo ni caso, el interior oscuro y misterioso de mi –su- lata de cerveza vacía parecía ser mucho más interesante.
-¿Vas a traerlo?
Torcí el gesto:
-No creo que debas…
-Danny…
Si me lo hubiera ordenado, no lo hubiera hecho. Pero eso era mi nombre. Dicho simplemente, el sonido dejado a medias. Le llevé una cerveza, para comenzar. Durante el siguiente minuto o dos estuve desplazando vasos y bebidas hasta la mesilla junto al sillón. Sentía su mirada fija en mí mientras me movía por la habitación. Acabé con las manos heladas y un cubata entre ellas que no sabía cómo había llegado ahí. Pestañeé.
-No creo que debas beber –intenté de nuevo.
-Danny –usó el recurso otra vez.
-¿Qué?
Cerró los ojos. Hice todo lo posible para acomodarme en la tensión que nos separaba y no dejarme llevar por el recuerdo reciente. Era él quien se había separado de mí. Ahora le tocaba a él. Aunque hubiese perdido la cuenta. Aquello se había convertido en otro día normal y corriente. No tenía por qué cambiar nada.
-No quiero que te emborraches. Lo pasas mal –apunté.
-Tengo que hacerlo.
Torcí el gesto.
Él se miro la mano derecha, donde aún agarraba su camiseta. De un movimiento totalmente casual y natural alargó el brazo más allá del apoyabrazos del sillón y la dejó caer al suelo.
-¿Por qué?
-Para poder hacerlo.
Sin saber porqué, reí.
-¿Hacer el qué?
Alzó la vista hacia mí, atravesándome con sus ojos oscuros, mucho más oscuros en ese momento. Era una mirada intensa y grave. Era una respuesta.
Comprendí.
Él entreabrió los labios, y yo me levanté para volver a por ellos.
Las persianas estaban a medio cerrar, y los rayos del Sol se colaban por debajo de la última rendija y coloreaban la habitación de puntos dorados, que contrastaban vivamente con el gris de la habitación.
Me incorporé, y sentí la tela de las sábanas resbalar por mi pecho y enredarse en mi cintura. Fruncí el ceño. Un dolor sordo y grave pululaba por mi cerebelo, y pensé si sería de la resaca. Luego recordé que no había bebido apenas, así que no podía ser por eso. Me llevé la mano hasta allí, y noté un bulto. Lo apreté. Gemí.
Bajé la vista. Y allí estaba él.
Dormía de lado, con la cara casi fuera de la almohada. Tardé un poco en preguntarme por qué estaba en mi cama, o yo en la suya. Tardé un poco más en preguntarme por qué yo estaba completamente desnudo bajo las sábanas, o por qué él también parecía estarlo.
En realidad, no me lo estaba preguntando. Ya lo sabía. Sólo que no quería recordarlo. Por lo menos, no todo. Me destapé y me arrastré hasta el borde del colchón. Pies en el suelo, en todos los sentidos. Me levanté y avancé por la habitación.
Me quedé en el centro, mirando a mí alrededor.
Esperaba que nos marchásemos antes de que llegasen las mujeres de la limpieza. Realmente no me gustaría que viesen todo aquel desastre. Mis ojos se clavaron en el sillón volcado en el suelo. En la alfombra empapada a alcohol. En la papelera contra una esquina y todo su interior repartido por el suelo.
Se suponía que iba a ser una buena noche. Bueno, lo había sido. Buena y mala. Intenté centrarme más en la habitación que en mí mismo. Ignorar la desagradable sensación, los pinchazos, el dolor agudo al andar, las descargas de incomodidad que viajaban por mi piel cada vez que me movía. Di un par de pasos hasta el baño.
Mierda.
El suelo era como un campo de minas, y yo acababa de pisar una. Todos los insultos habidos y por haber se escaparon de entre mis dientes mientras levantaba el pie para sacar el trozo de cristal que me había clavado. Hondamente. Reí sarcásticamente cuando vi el trozo de etiqueta aún pegado en el cristal.
Porque esa botella fue la primera de las que Tom tiró contra mí.
Me metí al baño y cerré la puerta tras de mí. Probé a mirarme al espejo, y gemí. Iba a ser difícil inventarse una excusa para eso. Para el corte en los labios no mucho, tampoco para el de la nariz. Podría decir perfectamente que había estado haciendo la broma de fingir que me chocaba contra la puerta y al final tener un desliz y hacerlo de verdad.
El resto de moratones no estaba muy seguro de cómo taparlos. La hinchazón en mi mejilla tampoco. Ropa y silencio, suponía.
Mi idea de no beber había estado bien. Porque Tom era totalmente inofensivo. Era como un gato. Tom quería ser un gato y en realidad era exactamente como uno de ellos. Adorable, cuando le parecía cariñoso, cuando le apetecía misterioso. Y cuando quería sacaba las uñas y destrozaba la tapicería.
Eso era Tom. Había estado bien mientras nos besábamos y mientras yo le tocaba y él me tocaba. Había sido algo nuevo, pero que se sentía como si llevásemos toda la vida asaltándonos el uno al otro. También había estado bien que él bebiese y se relajase y dejase que yo me deshiciese de mi camiseta y de sus pantalones. Y, después, el tintineo de mi cinturón había sido genial. Había llegado en un momento de silencio. Luego Tom había tomado otro trago y me había quitado los pantalones.
Por aquellas alturas, yo estaba respirando tan rápido como Tom bebía. No me importaba porque no me interrumpía el camino hacia él. Ni siquiera me di cuenta de que se estaba pasando. Estaba demasiado ocupado haciendo lo que a los chicos nos gusta que nos hagan, con la goma de sus bóxers apretando mi muñeca y casi no dejándome moverla.
Cuando Tom fue a dejar la botella en la mesa y cayó al suelo, empapando la alfombra, yo le dije que parara de beber.
-Sigue –me dijo.
No obedecí, y saqué la mano de dentro de sus bóxers, intentando apartar su mano de la botella, mientras me inclinaba para besarle.
Y entonces comenzó.
Creo que tardé muchísimo en darme cuenta de que estaba en el suelo porque me había pegado un puñetazo. Pestañeé, incrédulo, y me incorporé en seguida para mirarlo. Me llevé la mano a la cara.
-¿Por qué…?
En el primer segundo en el que tomó mi muñeca pensé que se iba a disculpar. En el segundo segundo en el que me atrajo hacia él pensé que lo iba a ignorar y seguir besándome. En el tercer segundo, cuando clavó sus uñas en mi piel y sus labios se torcieron en una sonrisa, recordé.
Recordé lo mucho que le gustaba ponerse violento cuando bebía.
-Tom –llamé.
Él se levantó, y yo lo miré desde abajo. Seguía sujetándome la muñeca, y me tendió la otra mano. Fui a tomársela, pero él me la apartó con un manotazo.
-La botella –ordenó.
Alcé una ceja. La botella de ron seguía a cinco centímetros de mi mano libre, pero no pensaba dársela. Para nada.
-Tom, creo que…
-Que. Me. Des. La. Botella.
Lo miré.
-Danny.
Negué con la cabeza, y oí el estallido de su mano contra mi rostro incluso antes de sentir el escozor. Me quejé y me aparté, pero no dejé que soltase mi muñeca, él tampoco quiso hacerlo.
-Tienes una cara jodidamente graciosa –comentó. Se rió.
-Lo sé –contesté.
-Danny, en serio. Alcánzamela, tío.
Cogí la botella. En realidad, yo era muy listo. Bueno, no. No lo era. Que la botella se hubiera vaciado en la alfombra mientras hablábamos no había sigo una estrategia para que él no bebiese más, pero podría haberlo sido.
Se la tendí. Él notó que ya no quedaba nada en ella.
-¡JODER, DANNY! –me gritó.
El primer momento de la noche en el que me asusté, y la botella ya impactaba sobre mí. Grité cuando los cristales se clavaron en mi hombro, brazo y pecho, y retrocedí bruscamente. Aspiré aire entre los dientes para cortar el grito, mientras echaba un vistazo al lugar herido. Pareció dolerme más cuando vi la sangre, y gemí.
Me solté de su agarre, apresurándome a sacarme los trozos de cristal que seguían hundidos en mi piel, partiendo en dos alguna que otra peca. Tom me miraba fijamente. Sabía que una vez que se desataba era un poco tedioso hacerle ver que pegar al resto del mundo no era para nada divertido. Pero otras veces había tenido a Harry conmigo. Incluso Dougie servía más para esto que yo. Porque yo, simplemente, no podía pegarle a Tom.
Porque era Tom.
Era Tom, y no podía llamar a Harry. Técnicamente podía, pero no me apetecía explicarle después que hacíamos rodeados de alcohol, hielo y cervezas vacías, la ropa tirada de cualquier manera por el suelo y el interior de nuestros bóxers aún algo agitado.
Así que me quedé quieto, y miré a Tom. Él torció el gesto hasta crear una mueca de sufrimiento. No entendía nada.
-¿Por qué eres tan estúpido? –se quejó.
Yo me quedé helado.
-¿Cómo?
-Eres tan tonto…
Avancé un paso hacia él, inseguro. A lo mejor le había cambiado el chip.
-¿Qué te pasa, Tom?
Evidentemente él no quería ni que se lo preguntase. Gané otro golpe. En la sien. Me mareé. Me mareé tanto en tan poco tiempo que me puse a toser y me tuve que apoyar en el sillón. Él volvió a la carga, pero me aparté a tiempo. El estruendo fue horrible cuando el sofá cayó hacia atrás, y Tom se volvió rápidamente hacia mí para alcanzar a su objetivo. Lo esquivé de nuevo.
Me acerqué a él y conseguí tomarle de las muñecas. Era más alto, y más fuerte. Y estaba más borracho. Entonces me arrastró por toda la habitación, llevándonos por delante mesillas, papeleras, casi incluso la televisión. Mi espalda chocó fuertemente contra la pared de enfrente, me clavé el borde de la ventana y apreté los dientes.
Él chocó su frente con la mía e hizo presión, mi cuello arqueado comenzaba a doler.
-Es estúpido –gruñó.
No contesté.
-Te tiras la vida estudiando, pensando en que al final la gente elegirá a los listos.
Lo miré. Ojos cerrados fuertemente.
-Y entonces apareces tú, un ignorante de mierda, y entonces todo lo que sabes no sirve de nada.
Otro choque de frente. Me quejo en bajo.
-Porque sólo importa si estás bueno.
Silencio.
Entonces, Tom se alejó unos centímetros y luego apoyó su cabeza en mi hombro. Nos quedamos así un rato, respirando dificultosamente el uno delante del otro. Yo me sentía extraño, nervioso, tenía miedo de que se pusiese agresivo de nuevo. Sin embargo, cuando giré la cabeza para mirarle no parecía estar mal. Agaché la cabeza para ver si podía encontrarme con sus ojos.
-¿Tom…?
Alzó la cabeza y me miró. Yo solté sus muñecas, preguntándome si estaba haciendo bien. Le pregunté con la mirada si ya podía tranquilizarme. Su mirada se deslizó por las cortinas tras de mí, sus pupilas vacías y perdidas y, finalmente, me miró directamente a los ojos.
-Oh –dijo simplemente.
Probé a sonreír, eso siempre tenía su efecto.
-¿Ya? –susurré.
Él retrocedió un par de pasos, mirando al suelo. Yo le seguí a los pocos segundos. Me acerqué a él, rodeé su torso con mis brazos y lo apreté fuertemente en uno de esos abrazos que sólo le daba una vez al año. Tardó en devolverme el abrazo, y sentí sus dedos deslizándose por mi espalda. Le sentí toquetear los cortes del hombro.
-Lo siento –susurró también.
No le solté. Me dejé llevar al baño y lo observé mientras me echaba agua en los cortes torpemente, torciendo el gesto, dándose cuenta de que lo estaba haciendo mal, y que había hecho las cosas mal desde el principio. Estaba muy concentrado en quitar cada esquirla de cristal que aún quedase, pero tampoco eran heridas graves y ahora él se estaba preocupando demasiado.
Así que me limité a inclinarme y a darle un beso. Él se quedó quieto, aún a la altura de mi hombro y mirando mis heridas. Luego deslizó la vista lentamente hasta mí.
-¿Por qué? –preguntó.
-Yo tengo más derecho a hacer esa pregunta –le contesté.
Asintió, sabiendo que tenía razón. Era un gesto gracioso, el suyo de culpa. Sonreí. Él nunca me entendería, porqué sonreía cuando tenía el hombro hecho mierda, el labio partido, moratones hasta en la espalda y bultos comenzando a salir en la cabeza.
Volví a besarle.
Salimos del baño, de nuevo de la mano. De nuevo sin comentarlo. Con las heridas limpias, aunque escocían, todo parecía menos bárbaro de lo que había parecido en un principio. Tom pestañeaba e hizo un intento de ir a recoger las cosas. Le paré. Él se giró hacia mí, sin mirarme. Retrocedí todo lo que pudo para alejarse de mí sin soltar mi mano. Yo alcé una ceja.
-¿Qué pasa?
Sacudió la cabeza. Yo torcí el gesto. Y volví a besarle. Porque quería hacerlo. Porque debía hacerlo. Porque Tom sólo olvidaría y sólo se perdonaría si hacía como que no había pasado nada. Y es que no había pasado nada. No era la primera vez que me golpeaba estando borracho. Lo único que lo diferenciaba de las otras veces era que ahora había algunos dolores más. Lo otro que lo diferenciaba de las otras veces era que antes de que estallase la violencia habíamos estado envueltos en lo contrario a ésta.
Me pegué contra él. Respiré en su cuello. Los cortes dolieron al encontrarse con su piel, pero no me importó mucho. Giré la cabeza hasta encontrarme de nuevo con sus labios. Él no se apartó esta vez.
Manos en su espalda.
Labios en los suyos.
Mi sonrisa oculta en su cuello.
En resumen, la noche no había sido tan mala. Si me ponía a hacer recuento, la verdad es que había sido especial. Incluso el descontrol de Tom era una pincelada más, con lo que no habría podido estar completa. Oí la puerta del baño chirriar tras de mí. Tom ya se había puesto los calzoncillos, y su pantalones estaban a medio abrochar, pero me miraba desde allí con preocupación.
Algo se presionó en mi pecho al verlo.
Si sumamos sexo, besos y dos personas, la solución era Amor. No sabía en qué parte de la ecuación quedaban los golpes, pero estaba claro que iban a ser algo específico en nuestra relación. Porque Tom no podía continuar en esto con la mente totalmente brillante.
Si sumamos golpes, alcohol, sexo, besos y dos personas, la solución se tambaleaba y dudaba. Yo no estaba enamorado de Tom. Pero le amaba. Era una sensación extraña. Le miré a través del espejo mientras lo observaba rodearme con sus brazos. No podría vivir sin Tom. No podría concebir el seguir sin él. Sin la melodía que nos acompañaba a todas partes. Éramos como una partitura que nos envolvía y nos mantenía unidos a base de Claves de Sol. No romperíamos la canción. Éramos música.
Amaba a Tom porque era Tom. Porque formaba parte de mi sinfonía. Porque era yo y yo era él. No podíamos ser divididos, no importaba qué pasase. Quién cayese. Apoyé mi cabeza en su pecho, alcé la vista hacia él y esperé a que me besase.
Cuando sus labios se acercaron sentí miedo.
Cuatro segundos para la colisión.
Pestañeé.
Tres segundos para la conexión.
Si no estaba enamorado, ¿por qué deberíamos hacer aquello?
Dos segundos para el despegue.
Quédate quieto Danny.
Un segundo para que el espacio se abriese ante mí.
Clave de Sol, y él por fin me besó. Acaricié sus brazos con mis manos.
Comprendí que, a partir de esa noche, sentiría un miedo irracional cada vez que sus labios se acercasen a los míos. Sus labios sabrían a botellas rotas, a ventanas clavadas en la espalda y a bofetones con mi nombre. Pero tampoco podría dejar de hacerlo. Una especie de sadomasoquismo hacia sus labios.
¿Cómo se le llamaba a ese miedo?
No me acordaba.
Me encantaba.
~~~ ~~~ ~~~
Puuurrrr~
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